Ante el conflicto de la Línea 12 que quería ser la herencia política de Marcelo Ebrard hacia la grandeza, el debate entre el ex jefe de Gobierno capitalino y la comisión especial investigadora de la Cámara de Diputados resultó a la larga un juego suma cero: lo que ganaría uno lo perdería otro.
Al final, Ebrard se sabía perdedor. Pero estratega al fin, su jugada política era la de perder menos. De ahí que paradójicamente la victoria de Ebrard iba a significar una derrota, aunque menor. La salida se localiza en la capitalización mediática de la reunión legislativa.
Ebrard quedó preso en la trampa 22, un juego literaturizado por el escritor neoyorkino Joseph Heller en su novela publicada en 1955 en inglés y editada por Plaza Janés en español en 1975, una mezcla de sátira y antibelicismo. La trampa 22 se trata de un juego sicológico: un piloto en la segunda guerra mundial no quería ser seleccionado para pilotar el avión que tiraría las bombas atómicas sobre Japón. Para evitarlo, tendría que declararse loco para no manejar un avión; sin embargo, al declararse loco, el piloto John Yossarian quedaría calificado para ser el piloto de las bombas porque sólo loco podría conducir y tirar las bombas sobre población civil.
En el caso de la investigación de la Cámara de Diputados sobre la Línea 12, Ebrard enfrentó su trampa 22: la acusación de malversación de fondos y hasta corrupción y la acusación de que la Línea 12 fue un desastre de construcción y supervisión; la primera podría conducir a derivaciones penales, en tanto que la segunda lo mostraría como un funcionario incompetente.
Ebrard y su secretario de Finanzas en el GDF, Mario Delgado, se centraron en demostrar que la acusación de corrupción por malversación de fondos no era competencia federal y carecía de fundamentos legales, aunque en estricto sentido no representaba inocencia sino apenas falta de instrumentos legales para la indagatoria.
Sin embargo, la defensa de Ebrard dejó en claro que fue uno de los gobernantes más irresponsables, incompetentes e ineficaces que haya tenido el DF en su historia moderna porque en su contra se encuentra la decisión del GDF actual de cerrar el funcionamiento de buena parte de las estaciones, las pruebas de que hubo incompatibilidad entre vías y trenes y las sospechas de corrupción en el alquiler de trenes.
Ahí la trampa 22 de Ebrard: salvarse de la acusación de la Cámara pero tener en contra el colapso de la Línea 12 y con ello probar que la compra de equipo y la supervisión en su instalación fue asimismo el peor caso de descuido administrativo y despilfarro que se recuerde porque habrá que comprar otras vías y otros trenes y demoler algunas estaciones por errores de diseño.
Ebrard le echó la culpa de los errores a los proveedores pero con ello reconociendo que las acusaciones del Gobierno actual del DF fueron acertadas, y al culpar a los proveedores se evidenció como un gobernante capitalino indolente e incapaz de vigilar el cuidado de los dineros presupuestales y descuidado en su tarea de gobernante administrativo.
Así, Ebrard sería víctima política del razonamiento circular aristotélico (Tratados de lógica. El organón, Editorial Porrúa, Sepan Cuantos 124): la comprobación consiste en probar, a través de uno de los extremos, que el otro se da en el medio.
A pesar de su responsabilidad en la catástrofe de la Línea 12, Ebrard tendría garantizada una diputación por sus complicidades con López Obrador, Jesús Ortega, Cuauhtémoc Cárdenas y Movimiento Ciudadano que trafica cargos al mejor postor, lo que no querría decir que vaya a ser un buen diputado porque cuatro millones diarios de capitalinos lo recuerdan cada vez que padecen en su vialidad los efectos del fracaso y cierre de la Línea 12.