A donde no llega la diplomacia llegan las balas; a donde no llegan ambas puede llegar Netflix. La frase no es de Henry Kissinger porque la era fordiana culminó el día en que el iPhone globalizó los deseos. El efecto transcultural de la diplomacia Netflix supera al choque ideológico de políticos porque el ingreso de la empresa de descargas de series y películas representa un cambio de paradigma cultural. Sus efectos no serán inmediatos pero sí inmediáticos.

 

747efe826292f81b01aac89844f062bc10f2f611

 

Si Netflix será el Hollywood del siglo XXI, entonces tendremos que decirles a los que continúan inmersos en el 17 de diciembre pasado que despierten; que lo mejor es salir del Senado estadunidense o de la pequeña Habana de Miami para poner atención a la diplomacia Netflix. En efecto, Obama oprimió el botón cubano en su despacho oval ocho días antes de Navidad mientras que Raúl Castro aparecía en las pantallas de CNN para agradecer el gesto. Ocurría el milagro. Después de 50 años dos voces antagónicas en un mismo coro. Se reactivan las relaciones diplomáticas.

 

Del memorable día a la fecha miles de actores han opinado. Un ejemplo: el senador republicano Marco Rubio ha tomado la estafeta para desactivar la decisión de Obama. Si de niño le prometió a su abuelo derrocar a Fidel Castro, ahora se promete a sí mismo ser el primer presidente latino de Estados Unidos. Desde el 17 de diciembre publicita una soflama de campaña electoral: hacer todo lo posible para derrumbar la decisión de Obama.

 

Pero llegó Netflix a La Habana. Financieros y gurús de los negocios se quiebran la cabeza porque las cuentas no les cuadran. ¿A qué semejante idiota se le ocurre llevar un sistema de descargas a un paraíso sin WiFi? Para los obsesos del iPhone Cuba podría representar la capital de la distopía global. Bajo el supuesto que AT&T pactara con Raúl Castro una cobertura universal WiFi para los 11 millones de cubanos y Apple estableciera una de sus tiendas cuasi intangibles en el malecón habanero ofreciendo sus prótesis con precio subsidiado aparecería otro problema. ¿Estaría de acuerdo Netflix en obsequiar su servicio, no un mes, sino un par de años y rebajar el precio de 7.99 dólares a 20 centavos?

 

No. Lo mejor es decirles a los financieros que no hagan cuentas. Que no pierdan su tiempo. El tema es diplomático. Punto de no retorno, señor Marco Rubio. El poder inteligente entre los poderes suave y duro. Si lo traducimos al lenguaje de la diplomacia: el smart power como la mejor opción entre el hard y el soft. Los europeos lo utilizan a través del programa intrauniversitario Erasmus. En lugar de estar debatiendo con David Cameron las ventajas de ceder soberanía, en Erasmus los universitarios europeos se integran.

 

En lugar de escuchar las malas intenciones de Marco Rubio lo mejor es descargar Breaking Bad o House of cards. Tampoco es relevante la lectura de sharias dictadas por Fidel y firmadas por Raúl sobre los escudos de defensa culturales en contra del imperio. Sabemos que Granma y Juventud rebelde sólo son asimilables en Walking dead.

 

La llegada de Netflix a Cuba no es casual. Es un punto de no retorno hacia el siglo pasado; es un catalizador de estrategias orientadas a mediano plazo; es un acto concertado entre los presidentes Obama y Castro; es una estratagema cuyo contenido de externalidades positivas van desde la activación de American Express pasando por la limpieza de aires con olor a Silicon Valley hasta la activación de un eje transcultural irreversible.

 

El pasado día 9 Yoani Sánchez publicaba en su periódico digital 14ymedio.com:

 

“A pesar de tener tan estrictos límites, vale la pena experimentar esa posibilidad de conectarnos a otros, utilizar el servicio de chat interno y tener el vértigo de estar online… aunque sepamos que estamos tristemente offline. Una ilusión de internet que se mantiene mientras tengamos encendido el receptor wi-fi de nuestra computadora”.

 

Tarde o temprano la cultura termina por sortear a los obstáculos de la retórica política. ¿Qué es Netflix? En Cuba, diplomacia estadunidense.