Equivocan las cuentas quienes creen que los sexenios gubernamentales mexicanos duran seis años.
En realidad, los presidentes de la República ejercen el poder pleno derivado de su cargo no más de cuatro años, que históricamente han sido del segundo al quinto, con la circunstancia -hoy inexistente- de que los mandatarios desde Lázaro Cárdenas (1934-1940) hasta Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) llegaban a la cúspide de su poderío en el quinto año.
Era en el penúltimo año del sexenio cuando los inquilinos de Los Pinos decidían la sucesión presidencial y designaban mediante dedazo al candidato del viejo PRI, del siglo XX, lo que equivalía a designar al siguiente jefe del Ejecutivo federal.
Durante buena parte del primer año sexenal, los presidentes ajustaban la maquinaria heredada del antecesor -a quien culpaban de todos los problemas-; llevaban a cabo la imprescindible “purga” de los “emisarios del pasado”, y disfrutaban de la luna de miel con los electores.
En el sexto año, cuando el candidato oficial priista -seguro ganador- y los candidatos opositores estaban ya en campaña electoral, el presidente en funciones perdía poder de manera paulatina.
Con algunas variantes menores, el esquema político anterior fue norma general durante diez sexenios, porque en el régimen cuasi-priista de Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) se impuso la alternancia y el Poder Ejecutivo federal pasó a manos del PAN: Vicente Fox Quesada (2000-2006) y Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), quienes tuvieron que reinventar sus propias sucesiones.
Todo ha sido distinto para Enrique Peña Nieto -neopriista del siglo XXI-, porque el acuerdo político denominado Pacto por México le permitió gobernar el primer año y medio de su sexenio 2012-2018 en santa paz con los dos partidos importantes de la oposición: PAN y PRD, que hicieron su parte para hacer realidad las reformas estructurales.
La segunda mitad del segundo año del sexenio peñanietista fue una pesadilla de la que no despierta el supremo gobierno cuando ya estamos en el segundo mes del tercer año.
Entonces, se impone la reflexión en forma de pregunta:
¿De cuántos años será, efectivamente, el sexenio del actual Primer Mandatario de la Nación?
No hay indicios de que este tercer año de gobierno, mejoren las cosas para el Presidente, y si, por otra parte, resuelve su propia sucesión con los usos y costumbres de sus lejanos antecesores, el sexto año podría ser el de la pérdida paulatina del control político en favor de un sucesor.
Serán el cuarto y el quinto año de este sexenio los que le queden a Peña Nieto para retomar plenamente los mandos de la administración pública y del poder político efectivo. En total, el sexenio quedará reducido a tres años y medio, contando el exitoso primer año y medio de este régimen.
¿Habrá alguien en el círculo cercano del presidente de la República que se atreva a compartir con él las cuentas del tiempo disponible para retomar los controles y gobernar en plenitud?
AGENDA PREVIA
Seguramente el presidente Enrique Peña Nieto y sus colaboradores nunca van a arrepentirse lo suficiente de haber cometido el despropósito político de poner tras las rejas a Elba Esther Gordillo, que era la única, ¡la única! con la fuerza suficiente para controlar por completo al magisterio disciplinado del SNTE y para ejercer un semi-control de la CNTE. El blanco no era la ex maestra de la maldad sino los cabecillas de la Coordinadora.
Hubiese sido muy fácil desempolvar los expedientes de dos o tres líderes que mueven el pandero en la CNTE, echarles el guante sobre la base de sus respectivos historiales delictivos, someterlos a juicio para sacarlos de circulación, y enviar así un contundente mensaje a las “bases” opositoras del magisterio: “¡Quieto, Nerón!”