Diego Morales | Pedro y el lobo

El otro día platiqué con Iván Benumea, guitarrista de O Tortuga, banda de garage que ha hecho muy bien las cosas en el último año y el próximo viernes 13 de marzo tocará en el Vive Latino. Aunque casi nunca habíamos convivido, las palabras salieron fácil, cada uno hablando desde su esquina en la escena independiente de la Ciudad de México.

De ser guitarrista en una banda de punk a ser mensajero oficial de una disquera folk hay aparentemente mucha distancia, pero a pesar del enorme tamaño de la ciudad en la que vivimos, el circuito Caradura-Imperial es diminuto. Ese círculo contiene muchos intermediarios y situaciones con las que todos tenemos que lidiar y que -de vez en cuando- te quitan las ganas de seguir adelante. Rebotamos ideas y quejas durante media hora. Al final la única conclusión valiosa a la que llegamos fue a la importancia de hacer las cosas por la razón correcta.

Esa idea se me quedó en la cabeza y me hizo recordar algunas ideas que escribí después del concierto de Yo La Tengo en el Plaza Condesa hace dos años. Aquel fue un show en el que por primera vez, de todas las que había ido al Plaza, la inmensa mayoría de los asistentes estaba yolatengocover-1050x700ahí por la música, dentro de ella, buscándola y recibiéndola. No fue algo que se tuviera que agradecer, como si se tratara de buena conducta. Fue mucho más grande que eso: El resultado directo de que Yo La Tengo sea uno de los proyectos musicales mejor hechos de la historia.

No son la banda más talentosa y no están ni cerca de ser la más grande. Pero cuando en este tiempo y lugar, un grupo está tocando en el volumen más bajo que les permite el cuarto porque así es la canción, y puedes escuchar cada frase, casi hablada, a penas cantada, como la cantaría alguien una mañana de sábado en su cuarto, sin micrófono y con nadie más que una persona dormida de público… Entonces sabes que ese grupo ha hecho algo bien durante toda su carrera, más allá de lo innegablemente bonito que sea ese momento.

Yo La Tengo lleva más de veinte años de hacer exactamente lo que quieren, de sonar a ellos mismos y ganar dinero de grabar discos y dar conciertos. Han construido una base clavada de seguidores y logran que la nueva audiencia que llega a ellos lo haga por la razón correcta: la música. Y en todo ese tiempo, nunca han dejado de ser personas normales (o tan locas como cada una esté) que un día podrías cruzarte en la cola del súper sin notarlo, y al siguiente aplaudirles arriba de un escenario. Si me preguntas a mí, este es el ejemplo a seguir para cualquiera que jamás haya soñado con tener una banda.

El error más común –y probablemente el peor- que nos topamos en Pedro Y El Lobo cuando se nos acercan proyectos nuevos, es la preocupación por el éxito antes que por la música. Como si el tener una banda no fuera medio, sino mensaje. No un camino, sino un fin. Hay decenas de decisiones, metas y labores dentro de una banda, pero ninguna de ellas significa algo sin antes tener lo más esencial: Alma. Voz. Llámenle como quieran. Pero eso no sale de pensar a dónde quieres llegar, sino de traducir en sonido dónde estás parado en ese momento. La música va primero.

Uno de los aspectos negativos del DIY y lo independiente es que los artistas comienzan a pensar antes de tiempo en cosas que inicialmente no tendrían ni porqué estar en sus mentes: “¿Y cómo vamos a lanzar el single para que más gente lo escuche?” “Tenemos que tomarnos las fotos para el perfil de Reverb Nation.” “¡No, es que eso ya lo hicieron los Arctic Monkeys!”

Comentarios como ese último me parten la madre, y son una constante en la búsqueda de sonido de esas bandas sin voz. La originalidad nunca jamás puede surgir tratándote de alejar de lo ajeno; más bien se trata de revelar lo propio, sin miedo a lo que vayas a encontrar. En el noventa y nueve por ciento de los casos, tu sonido tendrá muchas cosas en común con otros artistas. Y no hay nada de malo en ello.

Cuando tiene alma, te importa un carajo que José González suene un poco a Nick Drake. Sabes que es José González porque en cada fraseo y vibración de las cuerdas hay algo inexplicable. Un sentimiento roto que sólo le pertenece a él. Esos detallitos que no son de técnica o estilo, sino de expresión, son los que al final de la canción hacen que le creas al artista. Te dejan algo nuevo que sólo podrías encontrar ahí y por lo cual vas a regresar.

Yo La Tengo puede tener a dos mil personas calladas en una canción sin batería porque su música está llena de eso. A través de sus canciones han logrado establecer y mantener una conexión de resonancia con su audiencia mejor de lo que la mayoría de las bandas podrían soñar. Para mí, eso vale más que cualquier Mercury Prize, que cualquier álbum en número uno de las listas o que el slot de headliner en Coachella. No hay más protagonista que la música en Yo La Tengo. Es lo único que ofrecen, es lo único que necesitan ofrecer y es lo que todos les deberían de aprender.

Y si se preguntan cómo diablos le hago yo para seguir ese camino. La respuesta es muy simple y bonita:

We try to do nothing more than something that we like.

– Ira Kaplan

Pues eso. Nada más.