Que nadie piense que esto ha terminado. Que nadie considere que al recomendar la FIFA que el Mundial 2022 sea en noviembre de este tema descansaremos. Que nadie siquiera de por definitivas las fechas. Esta novela de folletín aún tiene numerosas entregas. Como no podía ser de otra forma, la comisión especial de la FIFA ha sugerido que Qatar 2022 se dispute de fines de noviembre a fines de diciembre, concluyendo a pocos días de Navidad.
Enero y febrero de 2022 eran imposibles debido al pacto de no interferencia que la FIFA mantiene con el COI (y en esas fechas serán los Olímpicos de invierno); abril tampoco lucía viable por coincidir con el mes sagrado del Ramadán, gran impedimento si por primera vez el organizador es un país musulmán; de mayo a septiembre está el meollo de las elevadas temperaturas (con puntos máximos precisamente en julio, cuando en origen este Mundial debía efectuarse, factor omitido por quienes con total irresponsabilidad eligieron a Qatar); marzo y octubre parecían dos meses adecuados logísticamente, pero imposibles por interrumpir de peor forma los torneos de liga; enero de 2023 tampoco se puede porque ya está registrada la marca Qatar 2022 y tiene que ser en 2022. De tal forma, que no hay más opción.
Pese a que la UEFA apoyó a la FIFA en esta decisión (recordemos que su titular, Michel Platini, fue de los grandes promotores de conceder la sede al emirato), las ligas europeas de inmediato han protestado y se han mostrado decepcionadas. El Bayern incluso habla de que los clubes pedirán una compensación por las pérdidas que un Mundial en esas fechas les generará.
En el fondo de todo, hay una realidad: que la votación de fines de 2010 fue realizada bajo parámetros absurdos. Quienes dieron el sí a Qatar, no consideraron elementos indispensables como el clima. Escucharon que se levantarían estadios con aire acondicionado y ello les bastó para limpiar sus conciencias, como si el Mundial sólo consistiera en lo que pasa en los estadios, como si no hubiera cientos de miles de aficionados en las calles y por toda la ciudad, como si las selecciones mismas no tuvieran que entrenar.
Del desastre de diciembre de 2010 siguen brotando más desastres. O, más bien, del de un par de años antes, cuando Blatter anunció que las dos siguientes sedes serían decididas en la misma sesión. De otra forma, apenas un par de meses atrás se habría concedido la Copa Mundial de 2022, pero la FIFA quiso ser creativa en ese sentido y todavía no logra remediarlo. A cuatro años y dos meses, su imagen está más desgastada que nunca, sin lograr reponerse del golpe a su integridad que ha supuesto el caso Qatar (a lo que se debe añadir el repudio mostrado por los brasileños en su camino al Mundial 2014).
Si la Copa del Mundo 2022 es ratificada para fines de noviembre, tres años de futbol se verán descompensados en al menos cincuenta torneos de liga. Sería un Mundial a media edición de la Champions League, con eliminatorias para la Euro 2024 ya en marcha, con las vacaciones de los jugadores a reacomodarse, con certámenes de liga interrumpidos hasta por dos meses.
Todo un cuento. Y, lo peor, es que a esto todavía le queda mucha cuerda.