Las estatuas destruidas por los yihadistas en Mosul (Irak) son las últimas víctimas culturales de ataques de extremistas que han arrasado joyas como los Budas gigantes de Bamiyán (Afganistán), los mausoleos de Tombuctú (Malí) o la Gran Mezquita de Alepo (Siria).

 

Son solo algunos de los tesoros destruidos durante conflictos, en ocasiones como consecuencia de las batallas entre los bandos enfrentados pero muchas veces por ataques específicos contra toda representación artística contraria a la ideología de los atacantes, como se pudo ver ayer en Mosul.

 

Los yihadistas del Estado Islámico (EI) destruyeron decenas de estatuas de la época asiria (siglos VIII y VII a.C), que habitó el norte de Mesopotamia. Entre ellas, la figura de un toro gigante alado en alabastro, que era “una de las reliquias más importantes de la civilización histórica de la localidad”.

 

Un acto de vandalismo que además grabaron y difundieron en vídeo y que justifican en aras de su visión radical del islam porque los pueblos de la antigüedad adoraban a ídolos “en vez de a Alá”.

 

La denuncia de estos hechos no ha tardado en llegar y desde la Unesco incluso se ha pedido una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU para abordar la protección del patrimonio cultural de Irak.

 

 

Reacciones similares a las que se produjeron tras actos igualmente vandálicos enfocados a acabar con el patrimonio cultural y artístico para eliminar cualquier rastro de las civilizaciones anteriores, como fue el caso de los dos colosos de Buda esculpidos en roca entre los siglos III y IV en el centro de Afganistán.

 

Los conocidos como “Budas de Bamiyán” -dos estatuas de 55 y 36,5 metros de altura-, esculpidos en roca arenisca y muy frágiles a las inclemencias meteorológicas, habían sobrevivido a duras penas a pequeños ataques de integristas, que cortaron algunas partes de la cara y las manos por considerarlos símbolos budistas.

 

Pese a todo se mantuvieron en pie 1,500 años, hasta que en 2001 el régimen islámico integrista de los talibán los destruyó con disparos de tanques y cargas de dinamita porque esas estatuas eran ídolos y, por tanto, iban contra el Corán.

 

Pero los talibán no solo atacaron representaciones de ídolos. También saquearon el Museo Nacional de Kabul, donde destrozaron a martillazos alrededor de 2,500 piezas que quedaban en el edificio, ya que la mayor parte de sus obras se habían ocultado en el Banco Central de Afganistán en 1989 cuando los soviéticos se retiraron del país.

 

Entre lo que se logró salvar de los talibán, mas de 20,000 piezas de oro Bactriano -uno de los grandes iconos del patrimonio cultural afgano procedente del reino que ocupó el norte de Afganistán en los siglos III y II a.C- o la famosa colección de terracotas del Museo de Kabul, compuesta por centenares de esculturas de estructuras religiosas budistas.

 

También en Siria los cuatro años de guerra están pasando factura y, según la Unesco, 24 sitios culturales han quedado totalmente destruidos.

 

Uno de los edificios más emblemáticos, la Gran Mezquita de Alepo, fue parcialmente destruida por un incendio y la Unión de Ulemas del Levante (Siria) acusó a Al Qaeda de haber perpetrado el ataque contra el edificio sagrado.

 

Y, según la Asociación para la Protección de la Arqueología Siria, miembros del grupo yihadista Estado Islámico de Irak y el Levante han destruido esculturas y reliquias de unos 3,000 años de antigüedad sacadas de excavaciones de Tell Ajaja, en la región sureña de Al Hasakeh, de Palmira o de Mardin.

 

Otro lugar histórico, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, que ha sufrido graves ataques de los extremistas es la ciudad maliense de Tombuctú.

 

La puerta de la mezquita de Sidi Yahya, construida en la ciudad de Tombuctú en el siglo XV, así como los mausoleos de Sidi Mohamed y Sidi Moctac, fueron arrasados por el grupo extremista armado Ansar al Din, que considera estos enterramientos contrarios al islam.

 

Mientras, en Irak, como quedó demostrado ayer, los ataques no han cesado contra el patrimonio cultural de un país cuyo territorio ha acogido a lo largo de la historia a las civilizaciones de Mesopotamia, Sumeria, Asiria, Babilonia o Persia.

 

Tras la caída del régimen de Sadam Husein en 2003 se produjeron brutales saqueos en los Museos Arqueológico de Bagdad, Tikrit, Mosul o Basora, y en las bibliotecas Nacional y del Corán.

 

Más de un millón de libros fueron destruidos solo en la Biblioteca de Bagdad, además de miles de manuscritos antiguos, según los cálculos de la Unesco, que entre las piezas dañadas más importantes destaca la Dama de Warka, una escultura en forma de máscara del año 3,300 a.C que se pudo recuperar.

 

Entre los ataques más recientes, la destrucción del mausoleo del Imam Dur, construido en el siglo XI en Salah el Din.

 

Destrucciones en nombre de ideologías que buscan borrar el rastro de civilizaciones anteriores, algo habitual en la historia de la humanidad. Solo hay que recordar el caso de la Biblioteca de Alejandría, la mayor del mundo en su momento, que desapareció a manos romanas en el siglo III.