Hace casi un siglo los libros de bolsillo eran el “patito feo” de la industria editorial. En 1935, hace 80 años, esa concepción de las ediciones baratas comenzaría a relacionarse en el imaginario colectivo con otro tipo de ave, no mayor pero sí más elegante: un pingüino.

 

El formato de bolsillo del libro ya existía desde el siglo XIX, gracias a la invención de la composición tipográfica (type setting), las prensas de vapor y los molinos de pulpa, tecnologías con que se pudieron producir libros destinados al público lector de las estaciones ferroviarias, un equivalente a los libros “de aeropuerto” de nuestros días.

 

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, estos libros eran considerados por ciertos círculos intelectuales –como los críticos de la Escuela de Frankfurt–un símbolo de decadencia cultural y de entretenimiento de masas.

 

El principal defecto que sus detractores señalaban era su condición de mercancía desechable, una característica que iba en contra de la concepción original del producto impreso de Gutenberg. Estas ediciones compactas, impresas en papel barato y comercializadas en mostradores ajenos a la tradición librera, significaban un paso más hacia la muerte del libro (cualquier eco con la actual preocupación en torno al libro digital no es coincidencia). Para redondear la catástrofe, estos libros contenían casi siempre una versión abreviada de las obras clásicas de la literatura; eso cuando no se trataba de bestsellers.

 

La nueva era de los paperbacks y sus autores (inmortalizados con ironía en aquella canción de los Beatles, Paperback writer) comenzaría cuando en 1935 Sir Allen Lane (1902-1970), el mítico editor que defendió el controversial manuscrito del Ulises de James Joyce para publicar la primera edición de ese libro, se decidió fundar su propia editorial, Penguin Books, que este año celebra su 80 aniversario.

 

Lane captó el pulso de su época y concibió una línea de libros de bolsillo inspirado en Albatross Books (una pequeña editorial de Hamburgo que fue la primera en producir masivamente libros en ese formato pero que sucumbió durante la Segunda Guerra Mundial). La idea de Lane era imprimir libro pequeños para los grandes lectores, con un diseño de colores vivos (principalmente el naranja) y franjas blancas, a un precio aproximado de seis libras, lo mismo que costaba una cajetilla de cigarros y, lo más importante, con una selección de títulos canónicos de la literatura universal.

 

Entre los primeros diez libros de esa colección (cuya importancia en México sólo puede ser equivalente a la de los Breviarios del Fondo de Cultura Económica o la Serie del Volador de Joaquín Mortiz) están Ariel de André Maurois (el pingüino número 1), Adiós a las armas de Ernest Hemmingway y el Misterioso caso de Styles de Agatha Christie.

 

El impacto de los primeros libros de Penguin Books radicaba sobre todo en sus portadas minimalistas, diferentes a los diseños estrambóticos de la época, además de un logo que es su sello de distinción; curiosamente no un pingüino emperador (Aptenodytes forsteri), sino una variedad sudamericana de la especie, el pingüino de Humboldt (Spheniscus humboldti), decisión consecuente con el espíritu viajero y compacto de la editorial, puesto que estos pingüinos son los más pequeños entre este grupo de aves.

 

El logotipo se convirtió en un icono de la industria editorial y de la literatura en lengua inglesa del siglo XX.  En pocos meses, el experimento de Lane resultó un éxito y un año después de su fundación, la editorial había producido la friolera de un millón de libros compactos que se distribuían en todo el mundo.

 

Pronto nacieron más colecciones: naranja para las obras de ficción; azul para las biografías; verde para las novelas negras; cereza para los libros de viaje; rojo para las obras teatrales; morado para ensayos y en gris los libros sobre asuntos internacionales. También vieron la luz la colección Pelicans, dedicada a la no-ficción y a temas coyunturales; y la de King Penguin, versión de lujo de las publicaciones de bolsillo.

 

El catálogo de Lane comenzaría a hacerse legendario ya bajo el nombre de Penguin Classics, que incluyó autores clásicos de todas las lenguas, desde Homero y Shakespeare, hasta Mark Twain y Albert Camus. Penguin Books también proporcionó lecturas para las tropas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial y participó en los los frentes de batalla del mundo editorial, en episodios como la primera publicación de El amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence, o, muchas décadas después, hacia finales del siglo XX, con la puesta en circulación de Los versos satánicos de Salman Rushdie, novela condenada por los radicales musulmanes.

 

Para 1960, luego de vivir años de auge que dieron significancia a la marca, Penguin recurrió a propuestas de financiamiento de universidades como Cambridge u Oxford para mantenerse a flote. Ninguna de sus asociaciones tuvo éxito hasta que, en 1970, la multinacional Pearson compró la editorial fundada por Allen Lane y le dio un carácter más empresarial y pragmático.

 

En 1996 surgió el Penguin Group en Estados Unidos, resultado de la agrupación de todas las sucursales de Penguin alrededor del mundo. En 2013, Penguin se fusionó con el otro gigante de la edición en lengua inglesa, Random House. Actualmente, ambas casas pertenecen al grupo alemán Bertelsmann que, de alguna manera, retomó el legado de Albatross, la pequeña editorial alemana pionera en el concepto que Lane llevaría al éxito.

 

Hoy, esos pequeños libros con el sello de Penguin Books son parte de uno de los cinco bloques que dominan el circuito mundial del libro: Hachette (Francia); Harper Collins (Reino Unido); MacMillan (propiedad de alemanes pero con residencia en Estados Unidos), Bertelsmann (Alemania) y Simon & Schuster (Estados Unidos).

 

El pingüino, pues, rompió las reglas establecidas en el mercado del libro hace casi un siglo y es uno de los emblemas de la industria editorial del siglo pasado. Sería difícil encontrar algún lector que no haya reconocido, aunque sea de reojo, uno de esos ejemplares compactos y naranjas que dan vida a los estantes de las librerías del mundo.

 

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