“¿Te has fijado que los festivales son cada vez más populares, sin importar el género?”. Esa pregunta que se hizo el pianista francés Remi Panossian es pertinente al hablar de la situación que se vive no sólo en México, sino en Occidente con respecto al panorama económico de la música, un panorama que está regido por la acumulación de conciertos.

Tal vez se deba al momento de crisis que se vive en el mundo; probablemente esté ligado a la aceleración propia del capitalismo tardío. Lo que es cierto es que cada vez más seguido observamos más y más festivales estratificados. Ahí tenemos al Eurojazz y al Hip Hop Music Fest, por mencionar dos ejemplos recientes. Un festival es una plataforma para los artistas que van despegando pero también es una forma de que aquellos músicos que quieran acceder a ese simulacro de Olimpo vendan su fuerza de trabajo, tocando incluso gratis con tal de darle difusión a su proyecto.

NRMAL 2015
PHANTOGRAM. Foto: @jaimefphoto

A esto hay que añadir que los mismos festivales recurren al conocido refrito: tal banda toca en festival porque “jala gente”, porque no cobra tanto o simplemente porque un promotor tiene un corto alcance de miras. A menudo pequeñas joyas musicales quedan relegadas en los márgenes. En cambio, vemos a las mismas bandas tocar cada año en los mismos festivales. El mercado ha asfixiado (aún más) la escena cultural.

Ante la sombra que genera el monopolio (ese que dicta qué bandas deben venir a México, acapara boletos y ataca con saña a sus competidores), aún podemos apreciar algunos festivales que logran salirse de la presión de la lógica cultural oficial. Uno de esos festivales es el Nrmal, surgido inicialmente en Monterrey y que, ahora con la Ciudad de México como sede definitiva, ha alcanzado un nivel de reconocimiento y calidad en el panorama musical. Esto no es poca cosa: si nos sumergimos a las entrañas de la industria sabremos que traer a artistas, mover dineros y ordenar una agenda que sea exitosa es una labor arriesgada.

BOCAFLOJA. Foto: @jaimefphoto

En este año, Nrmal se superó respecto a sus ediciones anteriores. No sólo puso a artistas que acapararan los reflectores (Future Islands, Phantogram, The Black Angels), sino que se encargó de buscar a aquellas propuestas que sin la proyección de un festival tal vez no vendrían a México. Tal es el caso de Majical Cloudz, Fatima & The Eglo Band, Boogarins o Twin Peaks, bandas que nos hacen pensar en las posibilidades que el nuevo siglo brinda en la música independiente. Desde la electrónica sutil de los primeros al proyecto bailable de Omar Souleyman, el Nrmal representa una alternativa a la maquinaria burocrática musical. Sobre todo, ha mantenido una identidad en su diversidad. Fatima es un caso especial: no hubo un proyecto musical en ambas noches con tanto groove como su poderoso funk.

MAJICAL CLOUDZ. Foto: @jaimefphoto

El pop, siempre tan vilipendiado entre la llamada alta cultura (si es que aún existe), funciona en Nrmal como una vuelta de tuerca a lo que normalmente se le conoce. Usualmente el pop está ligado a la falta de sorpresas. Sin embargo, algunas de las propuestas que estuvieron en Nrmal nos mostraron que no todo es así. Si bien, muchas de las bandas (TOPS, El Último Vecino, Kirin J Callinan y algunas canciones de Phantogram) suenan a ese pop bonito y de cierta influencia ochentera (con sintetizadores como espina dorsal, sin bajo y con pocas aportaciones que lo diferencien de ésa década), hay que parar bien la oreja para advertir algunos matices en la (en apariencia sólo) música digerible de Future Islands, Twin Peaks o Buscabulla.

Pensemos en la tesitura vocal de Samuel T. Herring y en su presencia escénica. La unión de sus cambios guturales extraños (alguien dijo por ahí que son como una mezcla de un cantante de black metal con el Monstruo Comegalletas) y sus ritmos bailables pueden verse como una agradable anomalía. Así es el Nrmal: un festival raro entre lo popular.

FATIMA & THE EGLO BAND Foto: @jaimefphoto

Por otro lado, tenemos a The Black Angels y a Swans, dos arroces negros que brillan dondequiera que se postren. Fueron las dos bandas más propositivas del festival y un verdadero reto para la audiencia. Mientras los primeros fueron en contra de esa autoafirmación del yo (ejemplificada en las eternas selfies de los artistas con sus fans), los oriundos de Texas se mostraron elusivos, misteriosos. Esa cortina de humo no hizo más que dotar de un halo especial a su presentación, cargada de riffs musculosos y pesados que nos recordaron mucho a la década de los 60. En tanto, Swans nos demostró que una banda aún puede aspirar a crear un pequeño Big Bang con un acorde. El drone y la repetición requieren de visión y de virtuosismo.

Nrmal fue un festival acertado en sus ambiciones, tan fascinante como extraño. Una anomalía, un hermoso glitch en medio de tantos festivales perfectitos y cuidaditos. Una onda al ruido y a la imperfección.

 

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