LONDRES. Si el día anterior fue el día de la bienvenida temática, es decir, simbólica, por el enorme contenido histórico de la monarquía británica que hoy encabeza la Reina Isabel II, el de ayer fue el día de la promoción de México en Gran Bretaña. Monarquía y negocios. Las dos palabras clave de la visita del mandatario mexicano.
Poco se ha hablado de él pero es el invitado especial del presidente Enrique Peña Nieto a la gira por Reino Unido. El senador Miguel Barbosa fue uno de los dos personajes a los que el mandatario mexicano hizo explícita su presencia en la sala del CanningHouse (un lobbying que cataliza los negocios entre Reino Unido y Latinoamérica). El otro personaje fue José Narro. Importante recordar los dos nombres porque esta crónica tendrá no un punto final sino un punto feliz.
Ahí, en primera fila y bajo un escenario que fue utilizado como hechizo del Palacio de Buckingham en la película El discurso del rey, el senador bajó su cabeza en tono de agradecimiento. Junto a Barbosa, Luis Videgaray giró su cabeza algunos centímetros en el sentido del senador en tono de aplauso.
La invitación que hizo el Presidente al senador no fue casual porque, el de ayer, fue el día de la presentación del México del siglo XXI. Sí, se trató del decálogo de las reformas estructurales. Una de ellas, la energética, la favorita del presidente. Así lo dijo: “posiblemente la más importante”.
Horas antes, el periódico Financial Times le extendía la alfombra roja a Peña Nieto. Con tres palabras era más que suficiente para que la imaginación comprendiera lo que en seis páginas se leería: “El México moderno”.
El Presidente lo dijo una, dos y tres veces a lo largo del día: hubo “ruptura de paradigma”. Y también lo dijo una, dos y tres veces en tres eventos: el Estado mantiene la propiedad energética pero el capital privado podrá invertir en la explotación.
Francisco González, director de ProMéxico, me dice que BP (antes conocida como British Petroleum) y Shell están listas para saltar el charco. No por algo, en el documento acordado por el canciller José Antonio Meade con su par británico, en el punto 18 dice: “Petróleos Mexicanos y el Departamento de Garantías de Créditos para la Exportación del Reino Unido firmarán un Memorándum de Entendimiento para una nueva línea de crédito con un valor de hasta mil millones de dólares estadunidenses para financiar adquisiciones de bienes de capital y servicios proporcionados por empresas que realicen negocios en el Reino Unido. Este crédito impulsará el desarrollo del sector energético en México, así como las opciones de financiamiento de PEMEX”.
Una, dos y tres veces, el presidente Peña Nieto habló de las similitudes de México con Gran Bretaña: los dos países apuestan por el libre comercio, por la competencia, por defender al planeta.
Algo más, y quizá recordando (en silencio) que la City londinense es la bolsa de valores más importante de Europa, Peña Nieto reveló un deseo: que México se convierta en un centro global de negocios. Pero los vínculos expresados por el presidente continuaban.
Así, comentó que Norman Foster, uno de los arquitectos-marca más refinados en nuestra transmodernidad, es británico. Y si un arquitecto-marca se encargará de asimilar la estética del aeródromo mexicano a las propuestas europeas, el presidente mexicano lanzó un objetivo: si por Heathrow pasan 70 millones de pasajeros al año, en el de la ciudad de México lo podrán hacer 120 millones.
Y del goteo de cifras, el Presidente pasó a una torrencial lista: más de mil 500 empresas británicas en México, más de 250 mil turistas de Reino Unido visitaron nuestro país en 2014, séptimo inversionista del mundo en México; sus universidades ocupan el segundo lugar preferido por nuestros estudiantes. No hay excusa. Los números tienen que potenciarse.
Y al estar en un espacio que promueve el comercio con Latinoamérica como lo es el Canning House, Peña Nieto recordó el más reciente proyecto estrella del país: la Alianza del Pacífico. Perú, Colombia, Chile y México lejos de la toxicidad del eje chavista. Los cuatro fantásticos (y 30 observadores, incluyendo a Gran Bretaña) en contra de la maldad populista. Pero como pie de página es necesario revelar que en el folleto promocional del Canning House aparece, entre muchos rostros, el de Hugo Chávez.
Llegaba el final de su presentación. Afuera del Canning House los dos personajes aludidos por el presidente se encontraban juntos y felices. Tanto, que el rector de la UNAM subió al vehículo que transportaba a los periodistas mexicanos para decirles: “Les tengo una nota”. Expectación y supuestos de su sucesión, pensé. ¿Lo sustituirá (su delfín) Sergio Alcocer, el hoy subsecretario de Relaciones Exteriores para América Latina? Pero no, no era el momento de grillas. “Los quiero mucho”, respondió el personaje. Y ahí, ambos personajes le pusieron el punto feliz al evento.
Por la tarde el Presidente se presentó en el Foro de negocios Mexico Day. Lo recibió Alderman Alan Yarrow, Lord Mayor de la ciudad de Londres. Minutos antes, y con un perfecto inglés, la secretaria de Turismo, Claudia Ruiz Massieu, impartió cátedra sobre la promoción de la marca México.
El presidente replicó el discurso de la mañana porque, en efecto, una, dos y tres veces, hoy México está más cerca de Reino Unido gracias al año dual.
Mr. Bean en la cena de gala
Se trataba de una cena de gala con más de 700 invitados y un menú cuya tarta fue trabajada con tequila. El edificio, emblemático, como casi todos los de Londres, se llama Guildhall. Una construcción de 1886 donde se ubicó la escuela de música y artes dramáticas hasta 1935.
Un personaje auténticamente británico (porque su tono de voz escondía un inteligente humor), el Lord Mayor de la ciudad de Londres, que en realidad es un alcalde de la zona de negocios, fue el anfitrión y presentó al presidente Enrique Peña como si un Oscar hubiera ganado.
De lo que podía ser una infinita sala cuelgan dos balcones en los extremos. En ellos, dos grupos de trompetistas hacían las veces de jugadores de tenis: oramos por… y los músicos de uno de los balcones tocaban las trompetas. Brindamos por la Reina. “Por la reina”, gritaban los 700 invitados. Y del otro balcón surgía el ruido imponente. Brindamos por el lord. Y volvían a sonar las trompetas.
Fue el evento perfecto para reunir los dos rasgos de las dos jornadas que hasta ayer cumplía la gira del presidente Peña: simbolismo imperial y negocios. Negocios y simbolismo imperial.
Si el ambiente era imperial los discursos reconfiguraron una porra por los negocios entre México y Reino Unido.
Un grupo de periodistas mexicanos fueron reunidos en una de las bóvedas del edificio. En cada ventana, una historia memorial; en cada espacio, posiblemente una historia macabra. En su historia, el edificio era escenario de matanzas de herejes. Pero la de ayer no era una noche triste.
Pues bien, los periodistas esperaban impacientemente los discursos de los dos protagonistas de la noche: el presidente mexicano y el Lord Mayor.
Mientras que en Estados Unidos la entrega de los Oscar se convierte en una de las galas anuales, en Londres ocurren cada día. De todas partes surgen lores y duques. Es imposible pensar que verdaderamente nos encontramos en 2015. De ahí que algunos de los periodistas decidieran permanecer en la zona de los mirones de la lente para ver llegar a los notables invitados. Y sí, 700 se pronuncia rápidamente pero ver el paseíllo de todos los invitados traslada a los mirones a pasarelas Chanel de París o en su defecto al país de los sueños inalcanzables.
En la bóveda, los periodistas esperaban impacientemente a que los 700 invitados cenaran con degustación estética para, ahora sí, saltar la barda y escuchar los discursos.
Llegó el momento. Mientras que el Lord Mayor hablaba sobre los chocolates los invitados interactuaban con su humor. Reían y la totalidad de risas se traducía un refinado grito a la inglesa.
De repente un sonido del moderno siglo XXI irrumpió en un radio no mayor a los cinco metros. Los suficientes para quebrar frentes de algunos de los invitados.
Un periodista de una televisora puso cara de actor, es decir, hizo como si no sonara su teléfono que seguramente se encontraba en un lugar irreconocible de su abrigo. Los británicos invadidos comenzaron a disparar miradas de enojo. ¿De quién es? Le pregunto al periodista de la televisora. No sé. Responde con voz relajada y con ganas de lanzarme un grito de nervios. Lo que para unos es un disgusto para otros en una situación de humor. Diferencias culturales, tal vez.
Un celular, un edificio de 200 años e invitados transmodernos, podrían representar una parodia mejor que las del Show de Benny Hill o Mr. Bean.
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