España es particular y complejo hasta para elegir en dónde disputar la final de su Copa del Rey a cada año.
Esta vez han sido Barcelona y Athletic de Bilbao los clasificados para disputar el título, con la circunstancia recurrente e inevitable de una profunda controversia para decidir cancha.
¿Por qué sucede lo anterior? Por principio de cuentas, porque a diferencia de lo que pasa en las restantes grandes ligas europeas, en la península ibérica no existe una sede permanente.
En Inglaterra siempre se juega en Wembley, como en Alemania en el Olímpico de Berlín, en Francia en el Stade de France de Saint Denis y en Italia en el Olímpico de Roma. En los cuatro casos anteriores, rivalidades y regionalismos al margen, no existe gran tensión en llevar el cotejo final de copa a sus respectivas capitales, sino total ilusión
Más aun, en los casos inglés y francés resultan soluciones bastante salomónicas, considerando que en dichos inmuebles no es local ningún club; el París Saint Germain actúa en el Parque de los Príncipes, como Chelsea en Stamford Bridge, Arsenal en Emirates o Tottenham en White Hart Lane. Es decir, la gloria se dilucida en territorio neutral donde sólo la selección local puede clamar pertenencia o arraigo total.
Los alemanes ya albergaban en Berlín la final de la Deutsche Pokal incluso desde años antes de la reunificación, por mucho que la capital de la Alemania Federal entonces estuviera en Bonn. Sucede que el Olympiastadion había quedado del lado oeste del muro y había un simbolismo especial en llevar ahí ese duelo copero (todavía pervive el cántico de Berlin, Berlin, wir fahren nach Berlin: “Berlín, Berlín, nos vamos a Berlín”, entonado por quienes se imponen en la final); simbolismo, no obstante, con complejidades logísticas, si se considera que Berlín Occidental era un islote rodeado por Alemania Oriental y la única forma de llegar era por aire (nada de que sorprenderse si consideramos que ahí mismo hubo partidos del Mundial Alemania Federal 1972).
El asunto es que los teutones lo hacen en Berlín, los ingleses en Wembley, los franceses en París y los italianos en Roma. Son los españoles los del enredo.
Cada que Barça avanza pide jugarla en el Bernabéu, tal como el Madrid suele solicitar que sea en el Camp Nou, afanosos los dos de levantar un trofeo en zona enemiga, en diezmar así la moral del acérrimo rival, en desafiar el orden de los astros e invadir esas gradas.
Esta vez hay un elemento adicional: que Barcelona y Athletic son los dos equipos más dados a reivindicaciones anti-españolas, con lo que eso implica para un partido antecedido por el himno español y encabezado por el rey en el palco (de hecho, será la primera copa en honor de Felipe VI, tras haber sido por Juan Carlos I de 1976 a 2014).
Sin importar lo que se elija, habrá inconformidad y protestas. Se necesita un escenario con elevado aforo y eso limita mucho las alternativas, descalificando además a las casas de estos dos contendientes
Seguramente será en el Bernabéu. Y seguramente será altamente politizada.
Es el precio de no tener una sede fija, pero, sobre todo, es el precio de cargar en el futbol con la complicada historia de España y sus comunidades autonómicas.