ABERDEEN. En épocas de guerra la diplomacia es un arte si desactiva el ambiente bélico; sin escenas bélicas, la diplomacia es el paroxismo de la política que procura el entendimiento entre diversas culturas políticas.

 

Por ejemplo, Estados Unidos tiene un pulmón diplomático que cubre todo el mundo. Sin el uso de él, probablemente no sería una potencia económica ni el principal ente geoestratégico del planeta. De ahí que sea falsa la siguiente premisa: al parecer, el siglo XXI, y después de que los dos motores de la globalización (comercio y tecnología) están perfectamente asentados en gran parte del planeta, y al no existir guerras diseminadas, la diplomacia se ha convertido en un área comercial sin la necesidad de poseer rasgos políticos.

 

La premisa es falsa porque si hablamos de un país que gobierna a través de la diplomacia es Estados Unidos.

 

Antes de que floreciera el proceso global, qué hubiera hecho, por ejemplo, Churchill si no hubiera aplicado su diplomacia histriónica. El emblemático político británico fue uno de los pioneros en la actuación sobre arenas diplomáticas.

 

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El político es un actor, inclusive cuando practica la diplomacia que yo llamaría banquetera.

 

François Mitterrand tuvo por costumbre intermitente salir de casa (presidencial), caminar hacia un puesto de periódicos y comprar Le Monde y L’Equipe. El primero lo llevaba bajo el brazo mientras que al diario deportivo lo cubría con su abrigo. Algunos peatones que reconocían su rostro debajo de una discreta gorra se acercaban para saludarlo.

 

Barack Obama sale de la Casa Blanca sin saco para comer una hamburguesa, y su equipo de imagen tuitea fotografías. Es cool.

 

David Cameron cruza Downing Street para tomar una caña de cerveza en el Red Lion. Cuando el bar se encuentra a tope, el premier espera turno para entrar.

 

El poder sobre las banquetas genera empatía mientras que las pantallas de plasma son frías. El índice global demoscópico se mueve en cada ocasión en la que Obama muerde una hamburguesa.

 

Si la visita de Estado a Gran Bretaña del presidente Peña tuvo como objetivo potenciar el comercio bilateral, entonces se puede decir que fue un éxito. Y para obtenerlo no hay duda que dos artífices fueron el canciller José Antonio Meade y Francisco González de ProMéxico.

 

Sin embargo, la proyección de una visita de Estado a Reino Unido otorgaba al presidente Peña la enorme oportunidad de incrementar su talla política. Sus encuentros con David Cameron no fueron rentabilizados a través de la opinión pública. ¿Quién vio a David Cameron durante la gira del presidente Peña Nieto?

 

Mucho hubiera ganado el Presidente mexicano si hubiera acordado con el equipo del premier una conferencia de prensa conjunta. Su impacto hubiera llegado a las agendas de los principales periódicos no financieros como The Guardian y The Independent. Pero al parecer al Presidente no le gustan los escenarios incontrolables desde el punto de vista de la información. Es necesario practicar este tipo de ejercicios. El excesivo control de la información termina por desaparecer a los personajes que lo incentivan.

 

La visita del presidente a Reino Unido fue monotemática (negocios) y con un escenario estético-ornamental de la monarquía. La simbología del viejo imperio y los negocios proyectados hacia el futuro. ¿Y el presente? ¿Y la política?

 

Un paso adelante, y cool hubiera sido ver a Peña Nieto y Blair degustando una cerveza en el Red Lion.