Kingsman (Dir. Matthew Vaughn)
Sádica, absurda, a veces incluso infantil; Kinsgman, la más reciente cinta del chambón Matthew Vaughn es también, sin duda, su película más divertida hasta la fecha. Probablemente la mejor.
Con alta popularidad entre el público adicto al cómic vuelto cine, luego de su hiperviolenta adaptación de Kick-Ass (2010) y de relanzar para bien la franquicia de los X-Men con First Class (2011), Vaughn pasa de la copia vil -aunque estilizada y bien filmada- al robo en despoblado.
Y es que en el fondo, Kingsman es un saqueo de muchas otras películas, un hurto -eso si- muy elegante. El centro de la trama es una mezcla entre Men in Black (Sonnenfeld, 1997) y toda la tradición del Bond clásico, aquel de los villanos caricaturescos, las tramas desquiciadas y los gadgets imposibles. “Hoy día las películas de espías son demasiado serias”, Kingsman es un reclamo al Bond moderno, al de Sam Mendes, con sus tramas densas (ni tanto) y su falta de gadgets imposibles. Vaughn reclama para sí y sus fans el derecho de vuelta al cine de espías tradicional, lleno de absurdos, misoginia, y diversión.
Harry Hart (Firth, con una eterna mirada de aburrimiento, por cierto), es un agente de Kingsman, una agencia de espías independiente de todo gobierno que opera a nivel mundial. Luego de la muerte de uno de sus agentes, Hart debe buscar un reemplazo y lo encuentra en el joven Eggsy (Taron Egerton), hijo de otro agente ya finado, que vive en los barrios bajos de Londres con su padrastro golpeador, su sufrida madre y su pequeña hermana.
Eggsy no parece ser material digno de una agencia de espías tan elegante y eficaz como los Kingsman, pero lo que aquel carece en educación y refinamiento lo compensa con habilidad y astucia, por lo que Hart le da la oportunidad, previo entrenamiento, para ser uno más en la organización.
La parte más sólida de Kingsman es su villano, Valentine (Samuel L. Jackson, disfrutando su papel), una burla a los nuevos millonarios del internet; un “zipizapo” de gorra y google glasses, a medio camino entre Mark Zuckerberg y algún miembro del Wu Tang Clan, que a pesar de ser un multimillonario carece de un ápice de refinamiento o cultura, un individuo que consume de los vinos más caros sólo para acompañarlos con su cajita feliz de McDonald’s.
El robo elegante va más allá, Vaughn se sirve a lo grande tomando elementos de cintas como Watchmen, Total Recall, Austin Powers, Matrix, Kill Bill, The Avengers (la de Uma Thurman y Ralph Phiennes, obvio) y algo de Kubrick, pero a diferencia de sus copias anteriores (Layer Cake, que no es más que su copia a Guy Ritchie, o X-Men que es su copia de Bryan Singer), aquí hay una definición más clara de los personajes, buenas escenas de acción y diálogos impregnados con referencias pop.
Esto no evita que Vaughn siga con sus mismos vicios: aquellas escenas ultra-violentas aunque edulcoradas que si bien podrían interpretarse como un statement de estilo (la polémica escena de la iglesia, auto censurada en México por la 20th Century Fox para evitar la clasificación C) en su mayoría no son sino la muestra más palpable de su incapacidad como cineasta: aquel tercer acto donde, acabándose las ideas, manda todo al diablo en un festín gore de colores pastel digno de un Austin Powers aunque con menos gracia.
Los modales hacen al hombre, pero el robo no hace al cineasta. Vaughn tiene más en común con su villano que con su héroe: un individuo que se niega a dejar la adolescencia, que no sabe de refinamiento, incapaz de hacer cine adulto y que, por supuesto, preferirá siempre la cajita feliz a una buena copa de Lafite 99.
Kingsman (Dir. Matthew Vaughn)
3 de 5 estrellas.