Los años han tratado con crudeza a industrias tradicionales niponas como la del kimono, cuyos artesanos se han visto obligados a emplear sus técnicas milenarias para crear productos más novedosos, como fundas para “tablets”.
En una pequeña casa de madera en la turística ciudad de Kioto, en el centro de Japón, Takeshi Nishimura se arrodilla frente a una mesa donde esgrime con soltura un fino cuchillo con el que bosqueja una flor de cerezo.
Para esculpirla utiliza una de las cuatro técnicas tradicionales para tallar, el “kiribori”, en la que se emplea un estilete con un filo de medio círculo en posición vertical que gira suave y rápidamente para realizar un agujero circular.
Aunque ésta es su especialidad, también se muestra habilidoso con el “hikibori”, utilizada para cincelar líneas con gran precisión.