Este domingo me he topado con una noticia en El País sobre la decisión de Walmart de incrementar los salarios mínimos de sus trabajadores en Estados Unidos. La nota la escribe Joan Faus, su corresponsal en Washington.
El asunto no es menor dado que Walmart es el mayor empleador privado de Estados Unidos –por cierto que lo es también en México- con la friolera de 1.3 millones de trabajadores en sus tiendas que en los últimos tres años –según se lee en la nota- han hecho estallar huelgas para revertir los bajos salarios que reciben y las malas condiciones laborales que les impone el gigante del comercio al menudeo en el mundo. Presiones para no afiliarse a sindicatos, sueldos precarios y continuos cambios de turno son algunas de las razones por las que el 50% de su personal decide abandonar la empresa cada año.
La mala fama laboral de Walmart en Estados Unidos es harto conocida y ahora ha sido subrayada por la campaña emprendida por el presidente Barack Obama ante el Congreso para reducir la desigualdad salarial incrementando los salarios mínimos. Así que su mala reputación ha forzado a los directivos de Walmart a destinar mil millones de dólares para incrementar sus precarios salarios mínimos a 9 dólares por hora a partir de abril y a 10 dólares en febrero del próximo año. Una decisión que el gigante de Arkansas se vio obligado a tomar después de que en enero pasado 29 estados de la Unión elevaron sus salarios mínimos hacia un rango de 9 a 10 dólares por hora, por cierto una presión extra para que el Congreso apruebe incrementos al salario mínimo federal que actualmente es de 7.25 dólares la hora.
En México las cosas son peores en términos relativos. Un cajero de Walmart gana alrededor de 3,500 pesos al mes, el equivalente a unos 240 dólares, un ingreso salarial que representa 1.6 veces el maltrecho salario mínimo mexicano que está apenas por encima de países como Nicaragua y cerca de un 30 por ciento por debajo del promedio de los países de América Latina.
Pero si bien Walmart se ha convertido en símbolo paradigmático por su enorme tamaño e influencia y en objeto de constantes críticas por los sindicatos y organizaciones civiles, no es el único caso; no por lo menos en México particularmente cuando se trata de los grandes emporios comerciales. Es el caso de las tiendas Oxxo –propiedad del regiomontano grupo Femsa- o de restaurantes como Vips o McDonald’s donde los salarios formales que reciben los cajeros, meseros y dependientes apenas es de un salario mínimo –actualmente en 2,103 pesos al mes- o ligeramente superior al mínimo. Algunos de estos empleados deben complementar sus exiguos ingresos con las propinas que reciben o con trabajos suplementarios.
El tema de la creciente desigualdad -no sólo azuzada por una grotesca acumulación de la riqueza por unos pocos (y no me refiero sólo a la familia Walton), sino también por el ensanchamiento de la población con menores ingresos- está marcando la debilidad del crecimiento y el cuestionamiento hacia los convencionalismos que promueven las élites. De allí el estruendoso recibimiento de autores como el francés Thomas Piketty en algunas esferas políticas.
SÍGALE LA PISTA…
¡Qué duda cabe! La feroz competencia laboral y la competitividad global pasa por la educación. Allí se juega el futuro. Pues bien, la reformas a los grados universitarios planteadas por el gobierno de Rajoy se han sumado al descontento que ya existe entre los jóvenes españoles. El decreto 3+2 que busca implantar grados universitarios de tres años con formación general y dos años de máster especializados es asunto de debate aquí en España. Una piedra más en el buche para las próximas elecciones generales.