No cabe duda de que el señor Adolfo Joel Ortega Cuevas, director general del Sistema de Transporte Colectivo, Metro, tiene buena suerte, o tiempos favorables, o apoyos sustanciales o de plano es cosa de otro mundo porque…
… Justo cuando estaba en el ojo del huracán por aquello del incremento al precio en el pasaje de 3 a 5 pesos el 13 de diciembre de 2013, y justo cuando todo mundo clamaba porque se mejorara este servicio, porque fuera más eficiente, más digno, más libre de vendedores ambulantes en vagones y pasillos, más limpio, más ‘humano’, por decirlo así, y cuando aumentaban las quejas por retrasos que construían multitudes indignadas, apareció su salvación y el gran distractor que tanto le benefició:
Fue el ‘oportunísimo gran descubrimiento’ del fracaso en el diseño, construcción y gasto de la Línea 12 de este sistema de transporte. La magnitud del problema superaba cualquier expectativa y rebasaba cualquier otra consideración distinta a la de esta tragedia metropolitana, por lo tanto, aquello que era la exposición del calvario mexicano llamado Metro, pasó a otro plano muy lejano y difuminado, como en las fotografías cuyo foco se pone en un eje central seleccionado, el resto es bruma y distancia apacible…
Pero el gran problema del transporte en el Metro de la capital del país sigue vivito y coleando. El mismo Metro que tan sólo en 2014 tuvo una afluencia de 1 mil 614 millones 333 mil 594 pasajeros transportados en sus 390 trenes, de los que 292 son de 9 carros y 29 de 6, para recorrer 226 kilómetros y detenerse en 195 estaciones de sus 12 líneas –o bien, 11, pues la 12 está en el lecho del dolor–.
Digamos que ahí adentro, bajo tierra en la capital del país hay un mundo aparte. Un mundo cuya multitud se mueve de manera vertiginosa y que se agolpa, se empuja, se agrede o se auxilia, porque cada uno quiere llegar a su destino y escapar de ese infierno tan temido que es el Metro de la ciudad de México.
Para empezar, desde que se decretó el incremento del precio del pasaje se dijo que sí, que se conocían los problemas de retrasos en la llegada de los trenes a las estaciones, las multitudes agolpadas en espera de que apareciera el tardía y descoordinado tren que habría de trasladar a multitudes en un breve espacio y que una vez en ese espacio la convivencia es al mismo tiempo abrumadora como en tono de mercado, este sí, sobre ruedas. Joel Ortega dijo que todo esto se arreglaría una vez que con su famosa encuesta improbable pudo maximizar el precio del pasaje.
El mismo señor Joel Ortega prometió que los vendedores ambulantes serían retirados del Metro. Y esto nadie lo querría para ellos, si no fuera porque resultan en un escándalo, en un grito permanente, en un empujar para pasar, en un casi obligado recibir lo que nos ponen en la mano y pagarlo para evitar problemas… Eso dijo. Y no cumplió. Siguen ahí, tan campantes, los mismos vendedores y muchos más; el hacinamiento está ahí porque las tardanzas entre tren y tren son permanentes…
El desaseo es evidente. Los malos olores. La falta de aire acondicionado cuando el calor enfurece a todos; puertas que se abren entre estaciones con el peligro mortal que esto significa; conductores ebrios, abusivos pasajeros que agreden, agravia, tocan a mujeres y roban lo que pueden en tanto que la vigilancia que surgió como hongos en tiempo de lluvias luego del aumento, prácticamente ha desaparecido y nadie, o casi nadie está ahí para cuidar, para defender, para evitar un problema aún más grave.
Todo está ahí, como si no hubiera pasado nada; como si el aumento en el precio del boleto no hubiera significado un compromiso de mejorar todo, con ese dinero.
El problema de agobio y lentitud clamorosa se extiende a más porque así como la economía informal encarnada en vendedores de todo en los vagones está permanentemente ahí, así como también los pasillos y pasajes están saturados por vendedores autorizados ¿por quién? Y las calles aledañas, sacrificadas en nombre de esa misma economía informal que tanto ayuda al gobierno del D.F., para disminuir sus tasas de desempleo…
Vendedores que venden todo y son dueños de las calles, de los pasos, del mundo que quisimos para recorrer a nuestra ciudad y para llegar a nuestra meta: todo está saturado, convertido en vendimia irrenunciable para el gobierno capitalino por lo que significa de cuotas bajo la mesa para líderes de vendedores conocidos por delegados y autoridades del DF y porque el dinero ahí fluye como agua que pasa por su casa, cate de mi corazón…
Ojalá no. Nadie lo quiere, pero parece que nadie toma nota de ese inframundo capitalino en donde podría ocurrir una gran catástrofe. ¿Quién se hará responsable? ¿De quién es la tarea de evitarlo?
Corresponde al gobierno del Distrito Federal (GDF), corresponde a la dirección general del Sistema de Transporte Colectivo, Metro (STCM) y a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) dar una solución técnica y social al gran problema que ya es el Metro del DF.
Corresponde a todos exigir que el tiempo que transcurre de nuestra vida en el Metro no de solaz, si de eficiencia, de tranquilidad, dignidad y respeto a nuestros tiempos y a cada persona. ¿Lo podrán hacer? ¿Lo querrán hacer?