Nunca digas nunca fue mi oración por tres días, y el predicamento que dio inicio a tan cierta frase fue preguntar por primera vez  a mi novio: “¿Me acompañarías a un cine porno?”. En el momento no pensé en sonrojarme o en reflexionar sobre cómo se tomaría aquella propuesta. Por suerte, hasta ahora lo estoy haciendo, de otro modo hubiera sido imposible mi visita a algunos de estos lugares.

No, no hablaré de mi vida amorosa, tampoco sobre técnicas para reavivar la pasión, sino de mi experiencia  al intentar entrar a un cine porno, mejor dicho, a tres cines ubicados en el centro histórico del D.F: Cinema Río, Cine Venus y Cine Savoy.

 

Cinema Río

 

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Como si fuera una  turista –con cámara en mano, un cuadernito con la dirección apuntada, sin short ni chanclas porque hacía frío- recorrí la cera derecha de la calle de Cuba. Empecé desde Eje Central con paso acelerado; la incertidumbre me hacía casi correr. Pero mis pies empezaron a marchar lento cuando me acercaba a la fachada fotografiada por más de tres reseñas que leí del lugar, que anunciaba mi primera vez en un cine porno.

 

En un fondo amarillo, enmarcado por bordes verdes, las letras de los costados decían Cinema Río, mientras en el frente del anuncio decía sólo Ci. Las demás letras desaparecieron, así como los visitantes frecuentes del lugar que desde los años 40 se daban cita para entrar y ver películas no de giro sexual.

 

Mi rostro empezó a tonarse rojo, y más cuando al voltear al lado contrario, tres hombres me veían burlones. La culpa y vergüenza se apoderaron de mí. “Es así como se sienten los que visitan este lugar”, pensé.

 

Me paré frente a la taquilla y me dirigí al chavo que atendía. Pregunté por los horarios de las películas, y el de la taquilla frunció las cejas y salió de su lugar un tanto enojado para enseñarme los precios, y aclararme que ahí no había horarios, pues todo el día se proyecta la misma película. Supe que lo que pasa adentró es todo, menos mirar porno.

 

Las miradas del de la taquilla, el gerente, el señor de la limpieza, los tres hombres cruzando la calle me incomodaron al remarcar mi presencia casi descarada. Sin poder concentrarme vi las hojas con los precios que decían: “Parejas $125”  y “Hombres. Miércoles a sólo $15”.  Me acerqué otra vez a la ventanilla. Sólo llevaba noventa pesos. Quise pagar mi entrada y me dijo que necesitaba de una pareja.

 

¡Qué chingados!, dije entre dientes. Definitivamente no quería pasar con alguno de los hombres que me miraban. Salí muy ofendida.

 

Quedé  en verme con mi novio más tarde. El dinero recaudado entre los dos seguía siendo de noventa pesos porque su presupuesto se lo llevó la grúa un día antes. Entré nuevamente y le di quince pesos para que pasara. Era su primera vez.

Mientras lo esperaba afuera, me recargué en una pared del cine. A lado de mí una señora con gafas me volteó a ver. Uno, dos, tres hombres pasaban y rehuían a sus ofertas (sexo durante la película).  Sin darme cuenta fui un repelente para ella. Enojada se dirigió a mí y dijo que le estorbaba.

 

Era el colmo, yo no olía feo, no estaba haciendo nada, y a todo mundo parecía incomodar.

 

En mi espera, vi a tres parejas salir, una de ellas formadas por una mujer que  reafirmaba su experiencia al bajarse la minifalda que llevaba, y un hombre, bigotón y con un dije de la Santa Muerte, que sonreía de oreja a oreja.

 

Segundos después, salió mi novio, y mientras caminamos me contó lo que pasó adentro (sí, por fin lo que tú querido lector, y yo esperamos):

 

Cuando entré había como seis weyes parados atrás de la última fila. Como estaba oscuro pensé que no se estaban sentandos, así que tuve que pedir permiso.

 

Me senté en una fila vacía como a la mitad. Delante de mí habían como treinta hombres; había de todo: el señor que estaba en la fila adelante de mi tenía unos cincuenta años, traía la mano en otro lado, pero no supe qué hacía, no fue muy claro.

 

Había mucho señor grande, y solos, también van en pareja. Yo siento que los que van en pareja son más chavos y van en plan de desmadre.

 

Es el cine más callado al que he entrado; está muy tranquilo. La película porno era un hombre con tres morras.

 

Al fondo del cine, a lado de la pantalla, hay un baño. Huele muy mal, a sudor. No encontré nada sucio, pero son las butacas de cine más incómodas en las que me he sentado en toda mi vida.

 

Cine Venus

 

 

Después de saber que no me dejarían entrar sola a ningún cine, a éste fui con un amigo. Sobre la calle Belisario Domínguez, caminamos hasta doblar en República de Chile, calle dedicada a la realización de sueños, tanto de quinceañeras, pues abundan tiendas de vestidos bombachos y limosinas estacionadas, como de hombres al liberar su presión y sus deseos dentro de salas oscuras, donde se proyectan películas clasificación “D” en el cine Venus.

 

Cargué cien pesos en mi monedero. Las miradas de las chicas y las mamás que frecuentaban las tiendas conjuntas esta vez se me resbalaron. Mi amigo pidió dos boletos, la señora de la taquilla volteó a verme y dijo: “El cine es sólo para hombres”.

 

A pesar de ser la calle de los sueños, el mío fue destrozado; esperé una vez más afuera.

 

“Sólo mayores de 18 años. Funciones todos los días. Vive la experiencia. Estrenos todos los jueves. Precio al público $30. Miércoles $20” formaban el cartel de la entrada. Fuimos en jueves, así que mi amigo pudo ver el estreno Novatas Calientes.

 

Él se adentró al lugar; mientras, yo volteé a ver las fotos de mujeres sexys, encabezadas por las imágenes de Marilyn Monroe que me despedían del cine. Fue lo más cerca que estuve de ver porno.

 

Afuera del lugar observé un patrón en los hombres que salían del cine: cargaban una mochila de lado izquierdo, agachaban la cabeza, se fajaban o se alzaban el cierre,  y tenían una cara no de mucha satisfacción. Quizá su encuentro no fue sobresaliente, a lo mejor su mujer interrumpió con una llamada, o de plano la película no estaba tan buena. Mi amigo salió sonriente.

 

Durante los tacos, recompensa que le ofrecí por el sacrificio, me contó:

 

Las butacas eran de piel roja,  la mía estaba húmeda y apestaba a orines. La película era de un hombre y una mujer teniendo sexo anal  con música de fondo como de elevador. Muy tranquilo el pedo.

 

La parte de atrás del cine estaba casi lleno, y adelanta había muchos señores grandes. Supongo se sientan ahí porque no ven o porque ya nadie les hace caso. Aunque vi a  un hombre corpulento entrar y sentarse a lado de un viejito, algo se dijeron, de repente se agachó. Supongo hizo sexo oral.

 

Algo cagado que vi fue a personas con lamparitas, y no eran del cine, creo era una señal para buscar pareja.

 

A lado de la pantalla había un baño de donde entraba y salía gente. Fui, y en los mingitorios había algunos masturbándose, y otros, que ya habían terminado, estaban lavándose las manos.

 

Cine Savoy

 

 

Después de cuatro años, ese día fue nuestra cita más extraña entre mi novio y yo. Mientras todos iban con flores y globos rumbo a un cine “normal”, un café o un parque, él y yo caminamos por la calle 16 de septiembre, nos paramos frente a la tienda  “Salvaje tentación” fue como un augurio para mí, y  cruzamos para entrar sin mayor miedo al Cine Savoy.

 

Creyente de las reseñas en Internet que aseguraban que este cine contaba con una sala para homosexuales y otra para heterosexuales, dividida por una reja para las parejas, me decepcioné cuando le dije a señora: “Me da dos boletos” y ella no me dio nada, porque en el cine no hay lugar para parejas.

 

Mi novio supo que iba a entrar solo cuando me acerqué y le avisé que yo lo esperaba afuera. Se formó y pidió un boleto. La película de ese día era  Pocar de pirujas.

 

Caminé a lo largo de la plaza, donde estaba el cine, y me rendí, me sentí como una víctima de una novatada en la que prometían diversión, cosas extrañas, y al final nada, sólo calles para sentarme y esperar. No hubo miradas de lujuria sino miradas de hombres y mujeres que me acusaron de intrusa, de no tener permitido ver porno, pues más de uno me miró como cuando tienes 17 años y tratas de entrar a un bar.

 

Mi sentimiento fue, y aún es, el mismo que tú estás experimentado quien al dar click a este texto tenías esperanzas de encontrar descripciones a la James Joyce o Henry Miller: cómo estaba la chica de la película,  la forma en que los actores lo hacían, los gemidos o posiciones de las parejas que tenían sexo en la sala,  o de la diversión de los hombres, y sin embargo encontraste tres situaciones de una voyeurista frustrada, sin nada de acción.

 

Velo por este lado, si eres un hombre y aún no has visitado uno de estos cines, esta es tu oportunidad y cualquier experiencia seguro será mejor que la mía. Si eres una mujer, evita el azotón de puerta en tus narices y dirígete a la segura en el Cinema Río. Si eres hombre o mujer y ya visitaste los tres cines, ríete de mí.

2 replies on “Tres visitas frustradas a los cine porno”

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