Para Ricardo Canavati
Más que con cualquier otra época, la situación nacional del 2015 se parece a la de 1994: la desarticulación violenta del sistema político, el agotamiento del régimen de gobierno y la ineficacia del modelo de desarrollo. Ahora más que nunca cobra vigencia Luis Donaldo Colosio como símbolo político.
Colosio era un político tradicional: forjado en la cultura priista del esfuerzo, dominado por su dependencia del presidente Carlos Salinas de Gortari y pieza de la continuidad del neoliberalismo funcionalista. Sin embargo, como político tradicionalista, Colosio iba a representar la última oportunidad del sistema priista para renovarse sin romperse.
Hoy se cumplen 21 años de su asesinato como cresta del colapso político violento del sistema y del régimen y la situación nacional va de mal en peor. Sobre todo, los priistas han demostrado que no entendieron las posibilidades que representaba Colosio, no quisieron enterarse del crimen del poder que rompió el consenso político sistémico y se negaron a revitalizar la figura política del sonorense.
El asesinato de Colosio agotó la fase del liderazgo priista; su sucesor Ernesto Zedillo tuvo que lidiar con la responsabilidad salinista en el crimen, con su propia dependencia política del asesinato porque arribó al poder por la misma red de intereses que asesinó a Colosio y con su propio resentimiento contra el PRI.
El PRI, por su parte, prefirió asesinar dos veces a Colosio: primero, permitiendo que su asesinato se resolviera a través del método Elías Calles de control político de daños; y después, porque no entendió que la única salida de la crisis priista era la propuesta de reorganización del poder que había planteado Colosio.
Pero detrás de cada candidato presidencial priista se percibió la inexistencia del PRI como partido, como corporaciones políticas y sociales y como fuerza de masas. Así, el PRI pasó de partido de organizaciones a partido de grupos de interés. La única lección que sacaron los priistas del asesinato de Colosio fue la que al sonorense menos le hubiera gustado: disciplinarse para no perder el poder.
A lo largo de más de cuatro lustros, nadie en el PRI se ha preocupado por desentrañar la propuesta política y de poder de Colosio y menos tratar de construir una oferta priista novedosa. El PRI se ha conformado con haber encontrado la fórmula del pesimismo social que lo coloca como la única salida viable antes de la ruptura, y con mayor razón después del fracaso panista en la presidencia de la república y el priismo añejado del cardenismo que representan el perredismo y el lopezobradorismo como mezcla del viejo PRI populista y el modelo de Aguilar Talamantes de Los Chuchos.
El PRI -como gobierno, como partido, como mayoría legislativa- carece de una propuesta de modernización, salvo los ajustes de las reformas estructurales que serán ineficaces y hasta no-útiles en tanto el PRI no entienda que deben ir de la mano de una nueva correlación de fuerzas políticas y sociales. Lo ocurrido con la reforma educativa ejemplifica el desgaste social y político en una reforma que se hizo con la conciencia de que no se iba a aplicar en los hechos.
El PRI puede flotar en el poder en medio de desprestigios, agitaciones violentas sin control, pérdida de popularidad que raya ya en los linderos de la ilegitimidad, costos sociales y políticos más altos para permanecer en el mismo lugar y resistencia a las presiones por el liderazgo de los cambios.
Colosio no iba a ser la solución pero pudo haber sido el punto de inflexión a un sistema-régimen-modelo de desarrollo que ya no servía. Por eso su asesinato tuvo un contexto de disputa por el poder entre la criminalidad política del PRI. Y 21 años después los priistas prefieren algún ramo de flores en su tumba que el razonamiento político de Colosio.