La noticia la dio el secretario de Hacienda el 30 de enero pasado cuando en conferencia de prensa anunció un recorte al gasto público para este año por 124 mil 300 millones de pesos.
Ese día Luis Videgaray también anunció que “se ha iniciado desde ahora una revisión a la estructura del gasto público de tal forma que permita una reingeniería al interior de la Administración Pública Federal para la elaboración del Presupuesto de Egresos para el ejercicio 2016”.
Según Videgaray, “el propósito de este ejercicio es abandonar la práctica de elaborar el presupuesto sobre una base inercial; es decir, tomar el presupuesto del año anterior y simplemente agregar o quitar programas. En su lugar, se llevará a cabo un ejercicio de fondo para mejorar los procesos administrativos, optimizar las estructuras, y, en su caso, eliminar programas o unidades administrativas del gobierno que presenten duplicidad, y a la vez privilegiar los proyectos de inversión cuyos beneficios lleguen a un mayor número de mexicanos.”
El planteamiento de Videgaray ha sido la mejor noticia que hemos escuchado en materia económica en lo que va del sexenio. Dicho en una frase: Se plantea construir un nuevo presupuesto de gasto desde cero. Borrón y cuenta nueva.
Y lo es porque uno de los temas económicos pendientes de mayor relevancia ha sido precisamente la calidad del gasto público; así que el planteamiento del gobierno de revisar partida por partida del gasto para evaluar su pertinencia, montos y beneficios no puede ser una mala noticia.
La intención debe aplaudirse, ahora el asunto es qué implica y cómo se implementa. Y para ello habrá que plantearle al gobierno por lo menos cinco preguntas:
Primero. Sabemos que los funcionarios de Hacienda han estado trabajado en un presupuesto base cero desde el inicio del sexenio, pero con todo hay que preguntarles: ¿Es real plantearse un proyecto así para presentarse en septiembre, porque no parece ser un proyecto para un año ni siquiera para dos?
Segundo. Se aplaude que el gobierno envíe el mensaje de que se cuestionarán todas las partidas del gasto público. La pregunta es ¿hasta dónde quieren realmente llegar con el cuestionamiento? ¿Qué, por ejemplo, con el enorme gasto electoral y la asignación anual de recursos públicos a los partidos políticos?
Tercero. Una buena parte del gasto público tiene que ver con las tareas que el gobierno federal ha acumulado a lo largo de los años, incluso con fines políticos. Entonces ¿acaso se está planteando reducir sensiblemente y controlar las tareas que ha asumido el gobierno federal y que, en esencia, no le corresponden?
Cuarto. Una parte no menor del gasto corriente del gobierno federal se asocia a un sistema cambiante de reglas del juego, de leyes y hasta de ocurrencias que provienen de los funcionarios de alto nivel y del legislativo que producen una cantidad enorme de tareas no programadas. Pregunta, ¿acaso también se ha contemplado un sistema de normas con mayor permanencia que hagan mas eficiente el gasto del gobierno federal?
Quinto. Los compromisos políticos adquiridos por el gobierno federal con sectores sociales y privados tendrán que ser revisados uno a uno porque allí se esconden miles de millones de pesos en gastos inútiles. Es el caso de millonarios proyectos carreteros que resultan de acuerdos políticos o de enormes subsidios que van a las grandes empresas del sector agropecuario; por citar algunos casos.
El presupuesto base cero es un modelo de gestión del gasto que hay que aplaudir e impulsar; pero las preguntas a responder son cruciales para que sus objetivos sean alcanzables.