Hace un año el documental de The Act of Killing develaba una masacre (en Indonesia) desconocida para la mayoría. Y no sólo eso: lo hizo de tal manera que al final fue mucho más que una película: se trató de una denuncia; de un análisis sobre la crueldad humana; de una reflexión histórica. Amén de sus valores cinematográficos, dicho filme tenía pertinencia social. En la misma línea, este 2015 nos encontramos con Citizenfour, retrato intimista y claustrofóbico del informático Edward Snowden.

 

Dirigido Laura Poitras, productora y documentalista especialista en cintas políticas, Citizenfour narra cómo Snowden, un joven de 29 años ex trabajador de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y conocedor de las estrategias utilizadas por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), se convirtió en un informante de documentos gubernamentales clasificados, acto que puso el centro del debate mundial el espionaje y la vigilancia que Estados Unidos realiza en la red a nivel masivo mediante programas oficiales.

 

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El filme comienza con Poitras recibiendo un extraño mail con datos cifrados; encriptado. Después de algunos intercambios virtuales, ella acompaña a Glenn Greenwald y a Ewen MacAskill —ambos periodistas del periódico The Guardian— al otro lado del mundo. En un cuarto de hotel en Hong Kong, sin maquillaje ni nada especial, un desconocido se presenta como Edward Snowden y empieza a explicar detalladamente cómo es que el gobierno gringo espía prácticamente a todo el mundo, incluyendo a otros gobiernos, a través de las redes telefónicas y del internet.

 

Si bien estas revelaciones ya son por demás conocidas, el montaje de Mathilde Bonnefoy, la fantasmal música de Trent Reznor, las declaraciones intercaladas con escenas de noticieros y la misma narrativa, hacen que el documental se convierta en un thriller político-paranoico; una historia de ciencia ficción que se hace realidad, y en la que todos estamos involucrados.

 

Aunque al comienzo de las entrevistas el escondido Snowden dice que él no es la historia, la cámara lo termina transformando en protagonista: personaje carismático, con historia personal y justificaciones. Y es precisamente por ese toque de humanidad que las persecuciones que sufren los periodistas y el propio Edward adquieren otro tono: son el drama del aparato gubernamental contra los soplones; es el sistema global que emprende la cacería; el Gran Hermano que puede invalidar un pasaporte y dejarlo así más de cinco semanas en un aeropuerto de Moscú, sin poder entrar al país, ni tampoco irse.

 

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El enclaustramiento, seguido de la huída disimulada, funciona a la perfección en pantalla. Cual si fueran escenas de una cinta de espías, de una distopía totalitaria, Snowden desaparece dejando la información ahí. Después de todo él no importa.

 

Otro acierto de Poitras es el alejamiento. Si bien Citizenfour es un filme con una clara inclinación política liberal, éste no hace del personaje un héroe; al contrario, el mensaje de fondo deja abiertas muchas interrogantes: ¿Edward Snowden es un traidor? ¿Estamos conscientes, y conformes, con la vigilancia gubernamental? ¿Hasta qué punto esta vigilancia se justifica con el argumento de la seguridad nacional?….

 

Más allá de las casi dos horas que dura el filme, lo trascendente es lo que pasa después: la historia verdadera que aún no termina; que todavía se debate en los congresos del mundo.