Ante las encuestas que revelan altos índices de desaprobación a su gobierno, el presidente Enrique Peña Nieto afirmó en entrevista, el viernes 27 de marzo, que no trabaja para incrementar su popularidad.
“No trabajo ni dedico mi empeño a colocarme medallitas ni a tener logros personales –dijo el primer mandatario–; estoy entregado a servir y cumplir los objetivos que nos trazamos; no hemos hecho un esfuerzo de trabajar por la popularidad, sino para asegurar que México tenga calidad de vida en su población”.
Hasta ahora, ninguna de las numerosas casas de encuestas ha salido al paso de la contundente descalificación presidencial, que rebajó al triste nivel de “medallitas” los resultados supuestamente “científicos” de la pretensiosa demoscopia.
Por otra parte, es difícil aceptar que Enrique Peña Nieto crea que no ha hecho un esfuerzo de trabajar por la popularidad; él, que se ha significado por ser un presidente en permanente campaña de actos masivos preparados al clásico estilo del PRI.
Enrique Peña Nieto se mantiene en campaña en todo el país y en el extranjero –su hollywoodesca visita al Reino Unido, por ejemplo–, pero rechaza que su objetivo sea la búsqueda de popularidad.
En otro escenario, los industriales parecen haberse unido –con sus elogios, claro– a la parte bonita de la campaña de Enrique Peña Nieto para tratar de reconstruir su imagen pública.
El viernes pasado, los observadores políticos se quedaron perplejos cuando el presidente de los “canacintros” hizo una estoica defensa del primer mandatario. Dijo el señor Rodrigo Alpízar Vallejo: “Por muchos años, una circunstancia caótica abonó a muchas parcelas privadas de poder y a los intereses creados no les gusta que se haya generado un proyecto que unifique al país en tres objetivos que son fundamentales para salir del subdesarrollo, más allá de las banderas políticas y partidistas: el interés público, el crecimiento económico y la inclusión social.
Nos queda claro que la respuesta por parte de los intereses creados no se ha hecho esperar y que, sin duda, hay fuerzas (oscuras, le faltó precisar) que están centradas en que el gobierno federal pierda poder para que se perciba dentro y fuera de México debilitado, cuestionado y en el extremo de la perversidad, arrinconado. Nada más absurdo, ni más simplista, ni más lejos de la realidad, porque un gobierno fuerte no es sinónimo de autoritarismo, regresión o represión, sino, más bien, es sinónimo de certidumbre, conducción y rumbo, apuntó el señor Alpízar.
“Los industriales estamos conscientes que el civismo y el amor por México no se enseñan en Facebook. De igual manera, estamos ciertos, como lo reafirman muchas experiencias internacionales, que los caudillos o mecenas disfrazados de ciudadanos, que creen representar de manera demagógica a los muchos que no tienen nombre, quienes se creen dueños de la verdad o creen representar a toda la sociedad, distan mucho de ser la solución a la problemática del país.
No le hagamos el juego a quienes quieren escalar la retórica de la tragedia nacional (…) El déficit de confianza es tan o más peligroso que el déficit fiscal, porque genera una percepción de miedo, y el miedo es la derrota de la razón. Quienes buscan incendiar a la sociedad profundizando el déficit de confianza son igualmente letales, ya sea en las calles con una capucha cometiendo actos vandálicos, o detrás de una computadora programando bots y trolls abonando a la calumnia; o peor aún coordinando una estrategia de desinformación que abona a la agenda de desestabilización…”, señaló el dirigente de los industriales.
En el mismo evento, pero no ante el presidente de la República, se escuchó la opinión del Premio Nobel de Economía 2008 Paul Krugman que opina, en pocas palabras, que ya nos llevó el tren con el supuesto “milagro mexicano” que la gente se cansó de esperar porque nunca apareció por ningún lado.
Sobra decir que el señor Krugman no asistió encapuchado a la conferencia que ofreció a los “canacintros”.