De acuerdo con datos de la Asociación Mexicana de Internet y del INEGI, en México existen aproximadamente 50 millones de usuarios de Internet. De ellos, alrededor del 47% pertenece a los segmentos socioeconómicos A, B y C+, es decir lo que comúnmente se les denomina clase ‘Alta’ y ‘Media Alta’.
Hablamos de un nicho poblacional que ha venido sofisticando su consumo de información al incorporar más y más internet en sus vidas. Poco a poco -o tal vez no tanto como pudiésemos pensar- ese segmentos poblacional le ha dado la espalda a los contenidos de la Televisión y la Radio.
Hay tres razones que explican mucho de ese rechazo: 1) La inmediatez de la comunicación (no sólo información) que ofrece internet, 2) La pobre calidad de contenidos de la TV y Radio y 3) La evidente manipulación editorial por parte del Gobierno (y anunciantes) en los medios convencionales.
Hablamos por lo menos de una masa de 25 millones de mexicanos -sin contar los 46 millones del nivel socioeconómico C o clase ‘Media Baja’- que, con ayuda de la tecnología de consumo (teléfonos inteligentes y tabletas) evidencian y difunden, vía las redes sociales, las corruptelas, prepotencia y cinismo tanto del policía extorsionador, como del político o alto funcionario público ladrón.
Hoy quien aspire a ser delegado, presidente municipal, legislador o Presidente de la República más le valdrá tener una ‘cola muy cortita’.
Las redes sociales vienen a ser una plataforma de comunicación (no de información manipulable) sin fronteras. Una ventana que deja a candidatos, servidores y funcionarios públicos (y a cualquier ciudadano) expuestos a ser evidenciados como corruptos.
A la luz de los escándalos de corrupción en México, y más específicamente en la esfera pública, pareciera que los asesores versados en comunicación social no han entendido que manipular a la TV y Radio no significa en lo absoluto tener la administración de la comunicación y el control de las crisis de opinión pública.
Cada uno de los escándalos que han estallado en la presente administración se han intentado administrar vía el control de medios tradicionales, como si en las redes sociales los mexicanos estuvieran interactuando entre sí embriagados en el sinsentido de lo efímero.
Por el contrario. Vía las redes sociales los mexicanos han dado cuenta de ediles que sí roban, pero poquito, de gobernadores vinculados al crimen organizado, legisladores ladrones, delegados hampones, familiares de políticos y funcionarios de primer nivel que, además de corruptos, cínicos e ineptos, se dan lujos a costa del erario.
Las redes sociales no sólo documentan la impunidad con la que el sistema mexicano beneficia a todos estos servidores y funcionarios quienes se han encargado de reducir a su mínima expresión el prestigio internacional de México a lo largo y ancho del planeta.
Los estrategas en materia de comunicación social en el sector público no se han dado cuenta que sus jefazos viven en un mundo en el que ya no se pueden esconder. En las manos de cada político, servidor y funcionario público hay un teléfono que cuenta con una cámara que los observa. En sus escritorios hay una computadora con una cámara que los observa. Hay ojos encima de sus comunicaciones y de sus vicios de voluntad.
La pérdida del control de la comunicación oficial -causada por pretender manipular la información en medios tradicionales a la usanza de los años 80 y 90- explica el cinismo de los servidores y funcionarios públicos de México. Esa postura de esos hampones que, ante la evidencia mundial de corrupción, le dicen al mundo: Sí.., ¿y?