Hace algunos días tuve una conversación alrededor del Apple Watch. El debate versó en función del posible éxito o fracaso del dispositivo, sobre todo argumentando que ya otras marcas han presentado relojes inteligentes sin que necesariamente hayan despertado un interés de los consumidores de tecnología (aka fans de los gadgets). Más allá del juicio sobre el valor del producto de Apple en específico hubo un argumento interesante de la discusión, sobre el que vale la pena hacer un alto y reflexionar: si el Apple Watch, como otros relojes inteligentes, son tecnologías que están llegando en el momento correcto al mercado.

 

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El fundador de Apple, Steve Jobs, decía que la gente no sabe lo que realmente necesita, hasta que lo conoce. Como ejemplos siempre citó orgulloso su triada de revolucionarios productos “i” (iPod, iPhone, iPad). Sin embargo, la historia sí nos ha demostrado en varias ocasiones que la innovación también tiene un tiempo, características, entorno, e infraestructura tecnológica de soporte adecuados.

 

Un par de ejemplos están relacionados también a Apple. El primero, su asistente digital Newton, todo un fracaso que al paso del tiempo se catalogó como adelantado a su época. En otras palabras, no era su momento. Algunos años después de este intento fallido otra empresa, Palm, demostró la viabilidad de contar con un asistente personal digital, e inundó el mercado de sus otrora famosos dispositivos.

 

El otro caso ocurrió a la inversa, pues el fracaso estuvo en manos de otra empresa, Microsoft y sus socios de dispositivos que con Bill Gates como presentador mostraron al mundo -antes que Apple-, dispositivos de cómputo de pantalla táctil que simple y sencillamente, por una u otra razón, no cautivaron. La historia que Apple empezó años después con el iPad todos la conocemos.

 

Los relojes inteligentes son quizá de los productos más renombrados dentro de algo llamado el “internet de las cosas”, un concepto que básicamente se refiere a dotar a múltiples productos de conectividad a la red, como ropa (los también llamado wearable technologies), automóviles o aparatos electrodomésticos. De hecho, en éste último rubro también hubo quien se aventuró hace algunos años, sin estar en el lugar y momento correcto, como fue la compañía coreana de electrónica LG, que en los primeros años del milenio ofrecía refrigeradores con conexión a internet, que por la módica suma de 95 mil pesos mexicanos en aquel entonces (alrededor del año 2002), permitirían hacer que de forma directa se detectaran alimentos faltantes, y los ordenaran a un sitio de comercio electrónico mediante una pantalla al exterior del refrigerador. No prosperó, como los casos anteriormente mencionados, sin embargo, más de 10 años después la idea revive con la intención de, ahora sí, conectar con los consumidores.

 

Otro ejemplo recientemente presentadoes un dispositivo llamado “Dash”, una creación de Amazon que no es al 100% un producto del llamado “Internet de las cosas”, pero sí un paso intermedio para cumplir la ambición de que aparatos del hogar puedan conectarse a internet. Se trata de un pequeño dispositivo que escanea etiquetas de productos del hogar, o bien se ingresan vía comandos de voz, e inmediatamente son ordenados al supermercado “Amazon Fresh”. Si bien requiere de una mínima interacción humana es un experimento quizá más viable del todavía etéreo concepto del “internet de las cosas”, donde internet está más allá de los dispositivos cotidianos.

 

¿Funcionará? Es probable que sí. Lo que es un hecho es que el internet de las cosas, como lo fueron en su momento las tabletas electrónicas, los teléfonos móviles, los smartphones, los PDA (asistentes personales digitales), las televisiones, los automóviles, lentes, y muchas ideas que estén por venir, deben tener muy clara la forma en que funcionarán y que de verdad se conviertan en algo que simplifique una necesidad humana. Encontrar las respuestas a eso hace que un producto se lance en el momento y lugar indicado. Ni antes, ni después.