La desaceleración que han sufrido las economías de América Latina en los últimos tres años ya es notable. Para este año el Fondo Monetario Internacional pronostica un crecimiento de 0.9 por ciento para la región, una tasa muy modesta respeto del rango de tasas elevadas de 3.7% a 5.8% que experimentó la región entre 2003 y 2011, con excepción de la crisis de 2009.
Aunque para 2016 los economistas del FMI prevén un modesto crecimiento de 2% en América Latina, las amenazas que penden sobre los países de la región, en particular de Sudamérica, podrían debilitar aún más este pronóstico.
La principal razón de esta fuerte desaceleración de la economía que ya ha puesto en aprietos a más de un gobierno en el subcontinente, es la misma que impulsó a muchas de estas economías en la primera década de este siglo: China.
El acelerado crecimiento económico del gigante asiático a tasas superiores al 10% anual generó una demanda de materias primas que “jaló” a prácticamente todos los países sudamericanos: Desde el cobre chileno y peruano, el petróleo venezolano, la soya argentina o el hierro brasileño. El creciente consumo interno y la gigantesca maquiladora de exportación china fueron una devoradora insaciable de productos latinoamericanos que parecía no acabaría nunca.
Algunas economías de la región aprovecharon este ‘boom’ de las materias primas y los miles de millones de dólares que traían con ellas, para abrir sus mercados al comercio mundial, para reformar su política fiscal atrayendo nuevas inversiones, para invertir en su atrasada infraestructura, para flexibilizar sus mercados laborales o darle cierto impulso a la educación. Crecieron basados en la recuperación del consumo interno a partir del desembarco de fuertes inversiones.
Pero no todos aprovecharon de la mejor manera este ‘boom’. Ni todos alcanzaron a profundizar en las necesarias reformas a sus economías. Países como Chile, Uruguay, Colombia o Perú aprovecharon mejor este ciclo alcista para impulsar reformas económicas, generar mayores beneficios sociales y limitar sus vulnerabilidades en asuntos como la deuda pública. Otros, como Brasil, se quedaron a medias. Mientras que economías como Argentina, Venezuela o Bolivia, siguen empantanados en problemas de balanza de pagos y de acceso a los mercados financieros internacionales.
El asunto es que aquel ciclo alcista se acabó. Según el FMI la tasa de crecimiento de China seguirá cayendo de 6.8% en este año a 6.3% en 2016, y ello conlleva fuertes riesgos de menores inversiones en América Latina, profundizando la desaceleración en países como Brasil y Argentina. El FMI espera que el PIB brasileño se contraiga 1% en este año y es probable que apenas si crezca en 2016, jalada un tanto por la inversión en infraestructura y los ingresos por turismo a raíz de los Juegos Olímpicos de Río.
Pero no solo China se desacelera. El mundo parece estar ya inmerso en un ciclo de bajo crecimiento, con menores volúmenes de comercio y un cambio en la composición de la demanda hacia más productos de consumo (alimentos) y menos productos de inversión (metales y minería) con impactos en la región.
A ello se suma la mayor aversión al riesgo en los mercados financieros derivado del alza en las tasas de interés, que favorecerá flujos de capitales hacia mercados “mas seguros” en detrimento de las balanzas de capitales de economías como las latinoamericanas.
Claro que América Latina es un mosaico de economías y no se puede generalizar. Pero lo que se ve es un cambio en el contexto externo que generará nuevos riesgos en las economías de la región, especialmente en aquellas con mayores fragilidades económicas y tensiones políticas y sociales, como Brasil, Argentina o Venezuela.
Allí puede estar el germen de una crisis…focalizada en algunos países de la región.