Hillary Clinton y Marine Le Pen tienen similitudes pero sobre todo diferencias. Ambas desean la presidencia de Estados Unidos y Francia, respectivamente. Ambas tienen parentesco con políticos con los que se han peleado. La infidelidad del presidente Bill Clinton no derramó el matrimonio con Hillary.
La xenofobia de Jean Marie rompió la enorme paciencia de su hija Marine. Una utiliza el miedo para convencer, otra apela al binomio razón-empatía para sensibilizar. Marine hizo público el parricidio político para no asustar demasiado a los electores franceses pero no esconde su eurofobia que para fines prácticos es igual que la xenofobia. Hillary intenta reinventarse después de haber perdido sorpresivamente la elección interna con Obama hace siete años. Su apellido es una marca que despierta odio y admiración.
Marine tiene 47 años pero su conservadurismo incontrolable la hace parecer de 67.
Hillary tiene 67 años pero su visión progresista la hace parecer de 47.
Marine vive la mejor época del Frente Nacional y teme perder votos por la influencia de su padre. Hillary tendrá que dosificar la marca Clinton para no perder el control de las percepciones que genere durante su campaña.
En mayo pasado el partido de Marine obtuvo más votos que el Partido Socialista francés y que la Unión por un Movimiento Popular (el de Sarkozy). Pero ojo, se trataba de elecciones europeas, laboratorio de sentimientos, atmósfera diferente a la de unas elecciones presidenciales. Hillary comienza su campaña interna justo en el punto de inflexión positiva en la economía de su país, lo que le da oportunidad de llevar el tema social a la cima de su agenda electoral. Jean Marie Le Pen, el padre de Marine, se coló a la segunda y decisiva vuelta electoral en mayo de 2002 pero la racionalidad a la francesa lo derrotó ampliamente en la persona de Jacques Chirac. Un año antes, Hillary salía de la Casa Blanca después de haberla habitado durante ocho años.
Marine y Hillary forman parte de clases políticas disímbolas no sólo por las ideologías que defienden sino por las culturas de sus respectivos países. En Estados Unidos, todo candidato tiene que hacerle campaña a Dios. El guion así lo establece. En Francia se pueden planear y ejecutar parricidios políticos en horario prime time sin generar conflicto moral.
Hillary sería un fenómeno si se lanzara a la presidencia francesa y Marine sería una gran propuesta del Tea Party para el Partido Republicano. Hillary pudo haber aventado un libro a la cabeza de Bill por haberle sido infiel con la becaria Monica Lewinsky y haberle gritado “maldito bastardo”, como lo narra la periodista Kate Andersen Brower en su libro The Residence. Inside the Private World of the White House (La Residencia. Dentro del mundo privado de la Casa Blanca), pero lo perdonó y ahora, como hace siete años, florece un componente nada religioso sino racional en su comportamiento: quiere ser la primera presidenta de su país. Marine pudo cometer el parricidio hace un año pero desaprovechó el momento pensando que el odio no se racionaliza en el momento de cruzar una boleta electoral o inclusive, confundiendo las naturalezas de elecciones europeas con la presidencial. Ahora, el Frente Nacional ha cedido votos a Sarkozy.
En la era de Facebook los políticos necesitan interpretar historias intensas. Los mercadólogos las llaman storytelling; narraciones muy emotivas con un happyend no siempre escrito por Disney.
Clinton-Le Pen tienen muchas historias que contar. La saga continúa.