El descontento social en México manifiesto por la gente a través de las redes sociales es inocultable. Es evidente hacia los ojos del mundo. Es además reproducido por diarios, revistas, cadenas de radio y televisión más prestigiosos del planeta.
¿Cuál sería la reacción de la Junta Directiva de una compañía si tuviera una crisis de credibilidad, imagen y posicionamiento en el mercado? Sin duda la acción para revertir la percepción negativa. Una estrategia con iniciativas que dejen constancia que la empresa escucha a la gente, que su prioridad es la completa satisfacción del cliente, ese ente al cual se debe.
Entonces ¿qué pasa con la comunicación en el Gobierno mexicano? ¿Por qué insistir en presentar la mentira burda y evidente como parte de las soluciones a la severa crisis de credibilidad de un Gobierno que inició su gestión con un dejo de optimismo en la opinión pública?
La mentira en cada justificación, en argumentos que pretenden minimizar la trascendencia de temas como la corrupción, la impunidad, la inseguridad, la pobreza extrema, el conflicto de interés por parte de funcionarios públicos, o justificar el despilfarro frívolo de la familia presidencial en épocas de recortes presupuestales. Mentiras burdas que evidencian las redes sociales al rededor del mundo generando asco y repulsión hacia el “Estado de Derecho” mexicano.
Es de llamar la atención que funcionarios públicos, los cuales se muestren en la televisión sin corbata, con camisas arremangadas, abrazando hipócritamente indígenas previamente seleccionados para rubricar anuncios de apoyo social, estén siendo exhibidos a diario como corruptos obscenamente cínicos y despilfarradores.
El que esos funcionarios, en su rol de jefe de familia, estén dispuestos a enriquecerse ilícitamente, aunque sea señalado en la calle como ladrón. Dispuestos a desplegar su opulencia por la vía de la ostentación y la frivolidad, aunque sea calificado por todo un planeta como corrupto, y hacer con ello que sus hijos sean por siempre reconocidos como los ‘hijos del ratero ese’ es mostrar la otra cara de la (pésima) educación de México.
En mi opinión la mala educación de un país queda evidenciada, entre otros, por la falta de civismo de las personas, sus hábitos de consumo al margen de la cultura de la legalidad, el personalísimo y falta de cultura para trabajo en equipo, la sumisión ante sus gobernantes, gente manipulable por los medios masivos, la pobre generación de patentes, falta de conciencia ecológica… y también por la ostentación por parte de quien no cuenta con otro argumento para ser reconocido en sociedad.
La desigualdad en la sociedad mexicana cada vez es más marcada. Cada vez hay más ricos, sin que ello sea consecuencia necesariamente de una mejor preparación, o de una generación innovadora y visionaria. Al contrario, cada vez hay más ‘nuevos ricos’, con fortunas inexplicables y que mueren por ser vistos y reconocidos por la vía de la prepotencia y la ostentación.
‘Nuevos ricos’ producto de actividades ilegales como fraudes, corruptelas o de plano crimen organizado, o la mezcla de todo, como muchos políticos.
México está en un punto histórico en el que esos ‘Nuevos Ricos’, productos terminados de la educación mexicana, han tomado posiciones de poder en el país. Personas que no le dan la menor importancia a que ellos o sus familiares se sienten a la mesa a cenar en cualquier restaurant del mundo en medio de murmullos incómodos y miradas de repugnancia.
La arrogancia en las élites en México, ante un tema tan importante como lo son el prestigio y credibilidad, pareciera que es el maquillaje perfecto para disimular su propio desprecio: el descrédito a nivel internacional.