Un par de veces ha dicho Enrique Peña Nieto: “El Presidente de la República no tiene amigos”.

 

La primera vez hizo la declaración el martes 11 de septiembre de 2012 como presidente electo, y la segunda en una entrevista publicada por el diario español El País el sábado 7 de junio de 2014, ya como mandatario en funciones, recuerdan los observadores políticos.

 

Es difícil dar por buena la reiterada afirmación del actual inquilino de Los Pinos, a la vista de la condición de amigos suyos -algunos de ellos muy cercanos- que forman parte de los gabinetes presidenciales legal y ampliado, que le estorban más de lo que le ayudan y que se mantienen en sus altos puestos tan campantes.

 

Pero al mismo tiempo hay por lo menos un caso, el de David Korenfeld Federman, ex director de la Conagua -amigo y colaborador del presidente desde su época como gobernador del Estado de México- en que, no sin dudas y retraso, Peña Nieto decidió prescindir de sus servicios porque ya le estaba causando daños irreversibles al gobierno federal.

 

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Antes que la defenestración de Korenfeld, a quien se le acabó la pista luego del “helicopterazo”, el Presidente había matado dos pájaros de un tiro.

 

Ese fue el caso de otros dos amigos cercanos y antiguos: se libró de Jorge Carlos Ramírez Marín, un político casi inexistente, titular de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, quien es candidato plurinominal a una diputación federal priista, y dejó en su lugar a Jesús Murillo Karam -que ya estaba muy cansado en la PGR y que ahora tendrá tiempo suficiente para descansar a sus anchas en la inexistente Sedatu.

 

Con Murillo se hizo patente el poder que ejerce la amistad en las decisiones presidenciales, porque el ex procurador había hecho “méritos” suficientes en la PGR para que su amigo le diera las gracias.

 

Otro caso reciente en que se demostró el poder de la amistad presidencial fue el nombramiento de Alfredo Castillo Cervantes como director general de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), institución en la que el nuevo funcionario dice -sin asomo de humildad-: “Haré historia”. ¿Hará historia como la que hizo como comisionado para la Seguridad en Michoacán?, preguntas los observadores.

 

¿Qué otra cosa si no la misma amistad es lo que frena al Presidente de la República a remover de sus puestos a funcionarios de primer nivel que le harían un gran favor al país y a su jefe entregando sus renuncias?

 

Ojalá que ese equivocado concepto de la amistad con sus colaboradores no le cause al presidente Peña Nieto daños irreversibles que hoy está todavía a tiempo de evitar, si de verdad, más allá del discurso, hace buena su declaración en el sentido de que el Presidente de la República no tiene amigos.

 

AGENDA PREVIA

 

Un perplejo lector exclama: ¡Vaya chapulín trapecista! ¿Quién, quién?, pregunta el columnista.  Pues Alfredo Castillo Cervantes, quien tiene como lema en la grilla nacional: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” (El Tlacuache César Garizurieta dixit), responde aquél.

 

Después de su estrepitoso fracaso como Comisionado para la Seguridad en Michoacán, la semana pasada brincó la Conade. Antes había sido, a partir de 2002, asesor de Rafael Macedo de la Concha, Procurador General de la República, y subprocurador de Control Regional, Procedimientos Penales y Amparo; director de Planeación Estratégica de la Agencia Federal de Investigación; director de Concertación, Modernización y Profesionalización, además de director de Servicios de Seguridad Privada en la Secretaría de Seguridad Pública; subprocurador Regional de Cuautitlán Izcalli; procurador de Justicia del Estado de México; subprocurador de Control Regional, Procedimientos Penales y Amparo de la PGR; titular de la Procuraduría Federal del Consumidor y comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral en Michoacán.

 

¡Ah, bárbaro!