Más que una denuncia con documentos a medio leer, el caso de las presuntas casas del secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, volvió a poner en el debate los estilos de la prensa crítica en México. Acostumbrada a ser la víctima, ahora la revista Proceso se vio perseguidora de quienes no apoyaban sus revelaciones.

 

En este sentido, Proceso asumió el enfoque de “maten al mensajero”. En lugar de entrarle al debate, la publicación caracterizó de afines a Peña Nieto a los periodistas que pusieron en duda el enfoque del reportaje sobre las casas del funcionario. Así, todos los que nieguen la validez de las notas de la revista son, en automático, corifeos del Presidente de la República.

 

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En un comentario firmado y publicado en la Agencia Proceso de Noticias, el reportero-editorialista José Gil Olmos se dedicó a cuestionar a los comentaristas, columnistas y editorialistas que han puesto en duda algunos trabajos periodísticos de la publicación y los colocó en el archivo de pro peñistas pero sin debatir la argumentación de fondo.

 

En este sentido, la revista Proceso ha pasado de perseguida a perseguidora en el modelo de “maten al mensajero”, una fórmula que en el periodismo ilustra la manera en que se ataca a los mensajeros para eludir el mensaje en sí mismo. Sería el esquema McLuhan de “el medio es el mensaje”.

 

Sin embargo, el mensajero no es el medio sino el mensaje mismo sería el tema. En cambio Gil Olmos ironiza con figuras poco analíticas afirmando que “resulta preocupante que sean ellos (los comentaristas críticos de Proceso) los primeros defensores del gobierno peñista”, aunque en realidad los comentaristas criticaron la falta de sustento de la información de la revista y la forma en que forzó las conclusiones en función de criterios editoriales predeterminados. Y es ahí donde Gil Olmos señala que los críticos de la revista “hacen labor de voceros y no de periodistas”.

 

La reacción contra la prensa crítica que critica a la revista crítica es hasta ahora la primera que suelta Proceso, aunque en realidad no es sino una muestra de debilidad en la argumentación de algunos de sus textos. La crítica contra las revelaciones de la revista fue por la nota sobre las casas de Osorio Chong y no por el papel de Proceso en la revelación de la casa propiedad de la esposa del Presidente de la República. La ausencia de crítica a esas revelaciones exhibe las reacciones agresivas de descalificación hacia la otra prensa crítica.

 

Así, el texto de Gil Olmos difundido por la agencia de la revista elude el debate sobre la veracidad de los documentos, el razonamiento sobre esas evidencias y la tergiversación en su interpretación. Para el comentarista de Proceso los que critican a la revista son los “nuevos jilgueros” del poder. En este sentido, todo parece indicar que Proceso quiere tener el monopolio de la crítica buena al descalificar a quienes critican a los críticos.

 

El fondo revela un escenario de crisis en el periodismo de opinión y de crítica. El reportero de Proceso desdeña, por ejemplo, el apoyo que recibió Carmen Aristegui de los comentaristas y críticos que hoy critican a la revista, con lo que se desmoronaría el argumento de que hay una campaña contra la publicación.

 

En el fondo, un sector de la prensa quiere construir su fuerza en la autovictimización que no es otra cosa que la ausencia de capacidad para el debate. Lo malo fue que Proceso quiso desautorizar a los críticos con críticas insidiosas que solamente comprobaron la pobreza de sus documentos en torno a las casas de Osorio Chong. El asunto simple era sobre la validez de la interpretación de los argumentos, no quién defiende a quién. Frente a los jilgueros del poder se ciernen los cuervos de la información.

 

Y ahora es Proceso quien quiere matar al mensajero.