Sin el rumbo político e ideológico que le daba Manuel Camacho Solís, ahora Marcelo Ebrard anda dando tumbos sin sentido. Pero lo paradójicamente divertido es que se vista con el ropaje de un demócrata pero se queje de que su sucesor en el GDF, Miguel Ángel Mancera, no lo obedece ni le rinde pleitesía.
Así, Ebrard ha comenzado a perfilarse como un Plutarco Elías Calles de 1934-1936, luchando por dominar a Lázaro Cárdenas. Ciertamente que Elías Calles impuso a Cárdenas como sucesor, pero el michoacano inmediatamente asumió el poder conferido por los votos y no por el dedazo de su antecesor. En 1935 comenzó sus críticas contra la política sindical de Cárdenas pero en abril de 1936 Cárdenas lo subió a un avión y lo mandó al exilio.
La campaña de Ebrard contra Mancera busca, además de intento de maximato imposible, encontrar espacios mediáticos que respondan a algunas características de nerviosismo: ocultar los señalamientos de corrupción, evitar que le exijan cuentas por los linchamientos de policías en Tláhuac y por los jóvenes muertos en la disco News Divine, poner las corruptelas de la Línea 12 muy lejos de las urnas, soslayar la represión de maestros, que no le recuerden su sumisión a Felipe Calderón como presidente cuando el PRD y López Obrador dieron la instrucción de evitarlo y evitar que le pregunten de su sometimiento a López Obrador.
Los estilos eliascallistas de Ebrard no alcanzan para convertirse en un problema político, y menos cuando Mancera lo abanica con elegancia. Al final, Ebrard parece olvidar los juegos de contradicciones en la política que Camacho Solís entendía a la perfección: los ataques fortalecen; así, Ebrard está reforzando el papel político de Mancera sin tener que inscribirse en el PRD, con lo que sería muy aceptado por el electorado en las presidenciales del 2018. Con la afirmación de que no era del PRD y que competía como candidato ciudadano, Mancera ganó más de tres millones de votos, contra los dos que acumuló Ebrard en el 2006 como candidato por dedazo de López Obrador y ya en el PRD por obligación y con un PRD que no lo hizo diputado hoy por los expediente penales abiertos que lo obligaron a buscar desesperadamente una diputación como fuero.
Peor aún, Ebrard está profundizando la crisis de la coalición neopopulista en el DF -PRD, el propio Ebrard, López Obrador y Cárdenas, cada uno por su lado- al dinamizar la rebatinga por el poder.
Así, el Ebrard de hoy es el Ebrard priista y salinista que como priista aplastó al PRD en 1991 con una operación fraudulenta de las elecciones. De ahí que los comportamientos priistas y eliascallistas de Ebrard se han convertido en un pasivo político para Movimiento Ciudadano y más cuando las encuestas comienzan a revelar que MC no alcanzaría -ni con las escandalosas declaraciones de Ebrard- el 3% de votos para conservar su registro.
En este contexto, Ebrard y MC han comenzado a mostrar cuarteaduras en la alianza porque el partido-franquicia de Dante Delgado Rannauro le había dado la nominación a Ebrard un poco para dotarlo de fuero ante sus expedientes penales pero también porque le había garantizado más de 3% de votos. Y ante la falta de gas de su candidatura, Ebrard ha comenzado a dar coces en busca de atención. Pero como priista en un sistema todavía priista debe saber que los maximatos y los cacicazgos pagan facturas altas y que el escándalo de corrupción de la Línea 12 aún no está cerrado.
Así como hay políticos forjados al estilo Tiberio de Marañón, Ebrard cae en el tipo de Ruth Padel en su investigación (editorial Sexto Piso) derivada de una frase atribuida a Eurípides: “a quien un dios quiere destruir, antes lo enloquece”, aunque en la versión oaxaqueña de Andrés Henestrosa: “los dioses ciegan a los que van a perder, pero antes los apendejan un poco”.