Entre lo trágico y lo dramático, entre sesión de burlesque y de circo, pocas sensaciones en el deporte resultan tan humillantes como ver pasar entre las piernas el balón de futbol; la cámara lenta añade pus a la herida, cuando notamos la tardía reacción del defensor al intentar cerrar ese resquicio por el que la pelota ha colado; fracciones de segundo en las que el jugador sobajado batalla por retomar control sobre extremidades que lucen ajenas, mientras que el rival en definitiva escapó.
Días atrás, el brasileño David Luiz se tragó entre los tobillos dos balones del genial Luis Suárez; los memes fueron crueles y ocurrentes, como los que convertían a sus abiertas piernas en base de los símbolos máximos de la ciudad donde juega, la torre Eiffel o el Arco del Triunfo. Llegado el partido de vuelta, saldado con nueva derrota del París Saint Germain a manos del Barcelona, el mundialista verdeamarela intentó escudarse al aseverar que “eso es normal, sólo le pasa al que está arriba, sólo le pasa a jugadores de carácter”. Normal o anormal, con o sin carácter, cómo duele y persigue esa especie de violación futbolera.
Basta un vistazo a las formas en que se denomina en diferentes culturas a la acción del túnel, para entender los padecimientos del afligido David Luiz. Los términos más agresivos provienen del alemán y el japonés; Beinschuss se traduce literalmente como “balazo en el pie”, al tiempo que Matanuki era una herida autoinfligida por un samurái a fin de castigarse por su escasa labor en el campo de batalla (o para simular por medio de una marca en el cuerpo, que ha peleado y no sólo entrenado). En resumen, sea con arma de fuego o con sable, masoquismo y sufrimiento máximo.
En Inglaterra incluso existe el verbo nutmeged, utilizado cuando alguien logra consumar un túnel. Nutmeg (nuez moscada), era un producto que por su alta cotización daba para fraudes y robos en épocas de importaciones masivas del imperio británico.
De tal forma que ver pasar el balón entre las piernas es tan humillante como ser presa de algún oportunista, un fantoche, un mentiroso, un ladrón; otro posible origen apuntaría al dialecto cockney desarrollado en el este de Londres, que en sus típicas rimas y juegos fonéticos habría sustituido legs (piernas) por nutmegs.
Sin embargo, hace mayor sentido la analogía con quien estafaba con nuez, por una razón: que cuando surgió el futbol moderno, época de moral victoriana, driblar era considerado comportamiento ajeno al de un caballero; con o sin balón, en la cancha o fuera de ella, un gentleman debía de ir siempre de frente, sin intenciones ocultas ni mentiras (indirectamente podemos culpar a la reina Victoria del estancamiento de la estrategia inglesa aferrada al burdo Kick and Run: pelotazo arriba, a correr y chocar).
Al tiempo, en Escocia le llaman 50p o cincuenta centavos, en relación con la cifra que quien es víctima de un túnel ha de pagar de castigo o quien lo efectuó como peaje al haber utilizado una vía de traslado ajena.
Ya después encontramos el francés Petit Pont (pequeño puente), el holandés Poorten (entrar al castillo) o el argentino “caño”, sitio al que es empujado quien se tragó la esférica entre los pies.
Dribles hay muchísimos, pero ninguno tan humillante como el túnel. La única solución para evitar ese balazo al pie (más bien, al alma y autoestima) es ponerse sotana o, como dicen en Polonia, amarrar con redes los zapatos.