No llevan el número 43 por bandera ni salen a las calles en cada marcha, pero en casa de Aldo Gutiérrez todo se trastocó hace siete meses, cuando un tiro en la cabeza lo dejó en coma. Desde entonces, su familia vive a los pies de su cama de hospital de México, luchando contra el miedo y el olvido.

 

Miedo porque temen represalias de un enemigo desconocido que quiera acabar con la vida de este joven de 20 años o a que el Gobierno les deje de ayudar con el pago del hospital especializado en neurología en el que está internado en la capital del país.

 

Y olvido es lo que ven venir cuando cada vez menos personas se interesan por este caso que, pese a haber conmocionado al mundo, cada día llena menos páginas de periódicos y une a menos gente en las calles.

 

Este domingo se cumplen siete meses de los hechos violentos en Iguala la noche del 26 de septiembre, cuando un grupo de estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa fue atacado por policías corruptos por órdenes del entonces alcalde, José Luis Abarca.

 

Desde entonces, 43 jóvenes permanecen desaparecidos. Según la versión oficial, fueron entregados a un grupo de narcotraficantes, asesinados e incinerados en un basurero, algo que los padres no piensan dar por válido sin pruebas contundentes.

 

Además, esa noche murieron seis personas, incluidos tres estudiantes, y Aldo recibió un tiro en la cabeza que lo dejó en el limbo entre la vida y la muerte, un coma del que los médicos no saben si saldrá.

 

En un café junto al hospital del que apenas salen, Diana y Azucena, dos de sus hermanas, recuerdan a Efe que aquella noche Aldo fue llevado a dos hospitales, pese a que ya lo daban por muerto.

 

En el primero, lo rechazaron y en el segundo, el Hospital General de Iguala, tardaron horas en atenderlo. “Fueron mi papá y mi hermano y hasta que no llegaron no lo atendieron, no lo querían atender porque no lo conocían”, cuenta Azucena, la mayor de los 14 hermanos Gutiérrez.

 

Desde entonces no han dejado solo ningún día a Aldo, que quería ser profesor, como lo es otro de sus hermanos que también estudió en Ayotzinapa. Se turnan por semanas los hermanos, padres y cuñados y se quedan ahí, hablándole y apuntando en un cuaderno de registro cada mal día, cada avance o cada gesto de esperanza.

 

“Los médicos nos comentan que en el estado en el que está va a ser difícil que recupere ciertas cosas, pero nosotros tenemos una esperanza porque él respira solo y escucha, nosotros le hablamos y escucha. De repente se mueve y para nosotros es una alegría“, cuenta Diana.

 

Las dos reconocen que los médicos son quienes les bajan de la nube de las alegrías y les dicen que los movimientos, párpados incluidos, son solo reflejos. Por ejemplo, saben que Aldo no verá más, pero creen que sí escucha.

 

Por ello Diana y Azucena le cuentan cosas del pueblo, de sus amigos, de su equipo de fútbol, quienes la pasada semana le trajeron un uniforme con su nombre. Ayer le contaron que “ha sido abuelo”, pues su adorada gata Minina ha tenido tres gatitos.

 

Diana y Azucena cuentan que, aunque su padre y su hermano sí han tenido contacto con los familiares de los desaparecidos, la familia Gutiérrez permanece un poco al margen de la lucha del resto.

 

“Nosotros lo que queremos es la rehabilitación de él. Nos da un poco de miedo que vayan a pensar que él sigue vivo…”, dice Diana, sin terminar la frase, pero afirmando que el miedo es a que venga alguien a hacerle algo.

 

Ahora solo piensan en que no los olviden, pues “ya la gente se está alejando de nosotros, cada vez tenemos menos apoyo, con el tiempo la gente se olvida, pero nosotros aquí estamos todavía, seguimos en las mismas”, apunta.

 

Las ayudas cada vez son menos pues no les pagan el transporte hasta Ciudad de México, cuando son una familia de campesinos. Y sigue sin llegar algún médico que dé una segunda opinión sobre el caso.

 

Sin embargo, cuando llegan los momentos de desesperanza para la madre de Aldo, sus hermanas la animan recordándole que en la comunidad vecina de Tecoanapa “hay una mujer que tiene a dos hijos desaparecidos”.

 

“Yo le digo a ella, esta mujer ya no los va a ver, nosotros tenemos a nuestro hermano, usted lo está viendo”, señala Diana, quien explica que pese a los malos momentos, su madre se conforma con tenerlo ahí, con verlo y saber dónde está.

GH