Uno de los libros más famosos del mundo sigue inspirando aún hoy, 150 años después de su lanzamiento, cantidades incontables de tributos de toda índole. Desde reimpresiones con arte nuevo incluido hasta películas, juguetes, y citas de sus pasajes por doquier; Alicia en el país de las maravillas es una historia que ha cautivado a chicos y grandes y que sin duda seguirá sirviendo para entretener y fomentar el nacimiento de nuevas historias de ficción.
Muchos mitos han rondado acerca del proceso de su creación, pero para poder indagar un poco al respecto el elemento clave es por supuesto la vida de su famoso y controversial autor. Nacido en 1832 en Inglaterra, Charles Lutwidge Dodgson, mejor conocido como Lewis Carroll, destacó desde joven en sus estudios, y adoptó una gran pasión por la lectura. En su edad adulta se dedicó incansablemente a las matemáticas, la lógica y la escritura, y como muchos bien saben, formó parte de las primeras camadas de fotógrafos, volviéndose este no sólo un pasatiempo sino una de las actividades que más ha llegado a representarlo como artista.
La disciplina comenzaba y no era suficiente con comprar un equipo fotográfico para poder dominarla; hacían falta conocimientos de química y mucha paciencia.
El daguerrotipo sirvió a Carroll como lienzo, que de cierto modo ilustraba con un tono más literal los gustos y costumbres del escritor.
De ahí los rumores sobre las tendencias pedófilas de Lewis, pues en sus retratos posaban casi siempre niñas pequeñas, hijas de amigos o vecinos a las que supuestamente fue a quienes comenzó a contar las increíbles aventuras de Alicia, y de donde sacó inspiración para escribir los libros que lo harían mundialmente famoso.
Alicia era curiosamente el nombre de una de sus musas favoritas, quien gozaba y al parecer exigía nuevas historias a su fotógrafo.
En ellas, realidad y fantasía se entrelazan, muchos dicen que además influidas por el opio que se consumía con frecuencia entre los círculos intelectuales de la época, pero no cabe duda que observar el trabajo fotográfico de Carroll, intrigante, denso y extrañamente bello como es, advierte acerca de la infinita supremacía de la realidad sobre sus numerosos y también impresionantes hijos ficticios.