La decisión de por quién votar puede darse de múltiples maneras. La forma y la fecha en que tomamos la decisión, sin duda varía en cada persona. Sin embargo, en México dominan costumbres un tanto raras. Privilegiamos la superficialidad al voto consciente.
Uno de los factores clave para decidir el voto es estar bien informados, pero tenemos por costumbre que, una vez iniciadas las campañas, las páginas gubernamentales reduzcan la información disponible. En este momento, casi cualquier página gubernamental tiene una referencia a información que ha sido retirada por motivo de las campañas.
Por ejemplo, la página de Sedesol abre con la aclaración “El contenido de este sitio ha sido modificado temporalmente en atención a las disposiciones legales y normativas en materia electoral, con motivo del inicio del periodo de Campañas Federales 2015.”
Esta restricción informativa se completará con otro absurdo: entre el jueves 4 y el domingo 7 de junio, las páginas de los partidos y los candidatos estarán fuera de la red. Una vez terminadas las campañas tenemos tres días de reflexión sin publicidad política para que el domingo lleguemos a votar. La única forma posible de reflexión del sufragio es la meditación trascendental. No entendemos la diferencia entre la publicidad que llega a nosotros y la información que nosotros buscamos.
En este país somos capaces de cometer todo tipo de absurdos. Automatizamos los estacionamientos, para que al final de cuentas haya personas recibiendo el boleto en la zona de salida o asistiéndonos en las máquinas de pago; tenemos personajes en los baños públicos doblando, sabe Dios con qué higiene, los papeles para secarse las manos; quitamos la información útil para decidir el voto, durante el periodo budista–zen de reflexión del sufragio.
Nuestro sistema electoral está basado en mañas. Los candidatos están hoy buscando acciones de propaganda difíciles de contabilizar: cineminutos, publicidad en twitter, publicidad suficientemente desagregada para que la autoridad electoral no pueda tener una estimación precisa. Todos se exceden en el gasto de campaña, pero se abocan a cuidar su contabilidad para pasar desapercibidos.
En distintos estados y en el DF hay una clara relación entre el gobierno y “sus” candidatos. Mientras las reglas se sofistican, los políticos buscan nuevas formas de promoción. Aguas con su nombre. Revistas de bajo nivel de circulación saltan a la fama con campañas promocionales que casualmente ponen a políticos en ascenso en la portada de un ejemplar.
Los gobernantes se lavan las manos de los procesos internos, pero quien quiere ser candidato acude a pasar lista con su secretario de gobierno o equivalente. Nuestras reglas se vuelven claras cuando domina el coro hipócrita de los actos anticipados de campaña, cuando confundimos promoción con información, cuando la promoción de un político se rebautiza como “informe de labores”.
En privado, todos hablan de que la elección intermedia se gana con la “maquinaria” más que con la promoción del voto. Esto significa, en español, que una vez que se cierren las campañas el 3 de junio, los candidatos no se sentarán a meditar para conectarse con los votantes en un plano trascendental, sino que se asegurarán de que sus partidarios, y, en su caso, los beneficiarios de programas sociales, salgan a votar.
Y podemos hablar de los spots, de la censura a los spots y luego del arrepentimiento a la censura. Ponemos reglas que luego los tribunales cuestionan. No sólo tenemos el sistema electoral más caro del mundo; tenemos, por mucho, el más estúpido, con la única lógica de construir confianza en él, y ni aun así confiamos.