Adiós que, como todo en esta específica trayectoria deportiva, siempre encerrará nostalgia. Nostalgia que por definición remite a lo que fue pero, inevitablemente, también a lo que pudo ser.

 

Paula Radcliffe la maratonista más rápida de todos los tiempos se retiró este domingo y, sin embargo, lo hizo sin medallas olímpicas en su colección. Lo más cerca que otra mujer ha estado de su récord en maratón, han sido tres minutos y medio: una brutalidad de distancia respecto a su logro. Ese récord de 2:15:25, impuesto en 2003 en Londres, parece uno de esos registros que pasarán intocables a la posteridad.

 

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Doce años y contando, durante los que la inglesa ha estado sentada en lo más alto del Olimpo de la prueba más emblemática del olimpismo, aunque paradójicamente no conquistó nada en Olímpicos.

 

Es una historia de adversidades y superación. Ya cuando era una promisoria atleta adolescente, Radcliffe se vio limitada por asma y anemia. En Atlanta 1996 estuvo muy cerca del podio pero en los cinco mil metros; fue quinta, lo que hizo pensar que pronto estaría en lo más alto de esa, la mayor de las celebraciones atléticas. Para Sidney 2000, ahora en los diez mil metros, fue cuarta: la gloria quedaba de nuevo pospuesta.

 

Antes de llegar Atenas 2004, explotó su carrera, ahora especializada en las pruebas de mayor kilometraje, y despedazó el récord mundial de maratón dos veces. Por ello, en la capital griega tenía que recoger algo que le pertenecía: ese oro natural en quien más veloz ha sido en una determinada prueba por todos los tiempos. Sucedió que a pocos días de la competencia, se lesionó de gravedad.

 

El tratamiento le propició severos males gastrointestinales. A falta de seis kilómetros para la meta, descompuesta y alejada de las punteras, Radcliffe frenó. Un par de veces trató de seguir, pero por esta vez su irrefrenable mente no podía con su despedazado cuerpo: Paula no tenía siquiera que haber comenzado. Se sentó en una banqueta, a la sombra de un triste arbusto heleno, y lloró. El desastre de Atenas se complementó cuando en los diez mil metros, cinco días después, tuvo que volver a abandonar.

 

La medalla de oro se posponía para Beijing 2008. Entonces hubo otra lesión que, se probaría, fue un mal crónico en la cadera del que ya nunca se recuperaría a plenitud. Si hasta antes era la historia de la adversidad y la superación, entonces fue la del problema para cada solución: Paula no quería admitirlo, pero los Olímpicos no serían para ella. En Beijing no participó.

 

La última esperanza, dada su veteranía, era Londres 2012. Corría en casa y en un circuito similar al que la había visto imponer ese irrepetible récord de 2:15:25, aunque habían pasado casi diez años. Había asegurado que conquistar los Olímpicos en su Londres era la motivación para no jubilarse.

 

A unos días de correr, ya con el fuego en lo alto del pebetero, un comunicado estalló en los medios británicos: “Por difícil que hoy sea, finalmente debo cerrar la puerta al sueño olímpico; al menos puedo saber que verdaderamente trate absolutamente todo. Ahora, de cualquier modo, es momento de aceptar que eso no va a suceder”.

 

Activista como pocos en contra del dopaje, símbolo de la lucha para tratar y recaudar fondos contra el asma, enérgica y disciplinada, Radcliffe vivirá por siempre en ese mágico abril de 2003, cuando cerró la maratón en un tiempo ajeno al contexto femenino.

 

Ese 2:15:25 suena como orgullo suficiente para no tener nada que lamentar. Y, sin embargo, ella sabe que algo faltó. Se ha retirado la plusmarquista incompleta.

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