Por primera vez en mucho tiempo cuesta encontrar encabezados con los nombres de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo en los diarios deportivos de Madrid. Resulta increíble, pero Javier Hernández ha desplazado momentáneamente a los dioses del balón del centro del debate deportivo: sus goles, su actitud, sus rituales, su productividad, sus cifras, su magnetismo, aderezados por especulaciones sobre su futuro, opiniones de ex glorias merengues y elogios de sus compañeros.

 

Foto Lati

 

No es común semejante vuelco en los temas instalados en la agenda central de As y Marca, incluso en sus portadas, pero Chicharito lo ha conseguido (para los desmemoriados, recordar que no son sus warholianos 15 minutos de fama: algo similar sucedió en sus primeros años en Manchester United). Hacia el final de una etapa que parecía de alto vacío y luego de una espera tan larga como para resignarse a que ya nada agradable sucedería, lo de Javier Hernández empezó mal en el Real Madrid: porque pareció ser más presentado por Emilio Butragueño que por el presidente Florentino Pérez; porque no fue abierto el estadio Bernabéu para que le aclamara o viera quien quisiera; porque generó, imposible negarlo, alto nivel de desilusión en quienes esperaban el fichaje de Radamel Falcao.

 

Los inmediatos goles de Chicharito ante Deportivo La Coruña no modificaron esas sensaciones de absurdo y sospechosismo que le rodeaban: si llegó para vender camisetas, si Florentino lo trajo como complemento para sus negocios mexicanos, si Carlo Ancelotti nunca estuvo conforme con la operación, si los memes y redes sociales se ensañaban con su aventura merengue.

 

El asunto es que en el equipo menos meritocrático de Europa, ese en el que las oportunidades sólo brotarían ante lesiones de aristocráticos compañeros y no por persuasión mediante el esfuerzo o el logro, Javier ha hecho méritos suficientes no sólo para jugar, sino para que crezca el clamor sobre su permanencia, para que se le vea como arquetipo del jugador que ha de estar en el Madrid (siempre responsable, siempre disponible, siempre entregado, siempre empático, siempre concentrado en aprovechar lo que se le conceda, siempre derrochando hasta la última gota de sudor), para que acapare hoy los espacios mediáticos que pertenecen casi por real decreto a Messi y Cristiano.

 

En medio de tantísima información sobre el tapatío, no podía faltar el quita-risas: Louis van Gaal, responsable técnico del Manchester United y por ende del préstamo de Javier al Real Madrid: “Cuando marcas un gol, ¿de repente eres diferente? Yo creo que no”. Las palabras del holandés van en la línea de su eterna verborrea, caracterizada por arrogancia y negación de todo error propio. Decir que Hernández ha crecido en el exilio blanco y respondido de forma ejemplar, sería admitir que se equivocó al cerrarle las puertas del United (ese mismo delantero al que en lugar de felicitar por su gol en pretemporada –al Madrid, precisamente– lo reventó públicamente por intentar pasar en otra jugada al compañero que antes le había asistido para anotar).

 

¿Por qué quiere la gente a Javier Hernández? Porque, desde sus limitaciones originales, demuestra a cada aparición que todos tenemos inmenso margen de crecimiento y mejora. Porque es más fácil identificarse con él, humilde y dedicado, que con los titanes predestinados a meter mil goles en su carrera. Porque confirma que tesón y pasión han de ser los primeros de nuestros talentos. Porque, goles al margen, se hace querer por sus compañeros: Rooney, Carrick, Van der Sar, no tardaron en celebrar su anotación al Atlético, tal como todos los elementos madridistas lo felicitan y elogian a cada paso. Porque la fe en sus posibilidades lo convierte en rutilante excepción en un mundo que ni cree ni se acuerda cómo hacer para creer.

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