Antes de ser enviado como delegado especial del PRI a la convulsa Oaxaca para atender las elecciones federales a nivel estatal, el ex gobernador veracruzano Fidel Herrera Beltrán ya se había hecho cargo de conducir el proceso de sucesión estatal en Veracruz.
A pesar de tener la fama de que todos los veracruzanos son políticos de nacimiento, en Veracruz se ha dado una crisis en las élites locales. Las rupturas internas en el PRI no pudieron ser allanadas por el gobernador Javier Duarte y el peligro para el PRI es que la dinastía de los Yunes se apodere de la próxima gubernatura que se votará en julio de 2016.
La situación política en Veracruz pasó a alerta roja no sólo por el descuido de las autoridades estatales ante la represión contra periodistas y el ambiente mediático profundamente adverso al gobernador Duarte, sino por el latente peligro de que el crimen organizado no haya sido vencido y pueda regresar por sus fueros en cualquier momento.
La clave de la crisis en Veracruz se localiza en Miguel Ángel Yunes Linares, un político priista forjado al amparo de Carlos Salinas y su operador Patricio Chirinos, experto en guerra sucia, con estelas en el crimen organizado, consentido de la maestra Elba Esther Gordillo y con pistas de corrupción a su paso por Gobernación, el sistema carcelario y el ISSSTE.
Yunes fue colocado por Madero como primero en la lista plurinominal del PAN en la tercera circunscripción, no tanto por la despreocupación del presidente panista de los mensajes antiéticos y antitéticos por la fama pública del ex priista sino por su capacidad de “operación” política. En su afán por ganar alguna gubernatura a cualquier precio, Madero le está apostando a la dinastía Yunes que encontró acomodo en el PRI y en el PAN. En las elecciones de gobernador de julio de 2010, Duarte le ganó a Yunes apenas con 79 mil votos, sólo 2.5 puntos porcentuales. Y Yunes quiere repetir como candidato el año próximo.
El proceso de sucesión estatal se le salió de control al gobernador Duarte, encendiendo la alarma en el tablero priista nacional por el papel del estado como pieza clave en la aportación nacional de votos. Ahí es donde apareció la figura del ex gobernador Herrera Beltrán, quien había sido proscrito en los cinco años del gobierno estatal actual. En el escenario del PRI, Herrera sería la apuesta para no perder la gubernatura estatal a manos del PAN yunista.
La sucesión en Veracruz será clave por significar la antesala electoral de la elección presidencial del 2018, junto a las de Chihuahua, Hidalgo, Sinaloa, Tamaulipas, Puebla y Estado de México. Si el PRI pierde alguna plaza, las restricciones electorales en el 2018 serán un obstáculo.
Veracruz se dinamizó en política por el resultado apretado del 2010 y los problemas del crimen organizado y sobre todo de las quejas de periodistas que han colocado su agenda de represión en escenarios no sólo nacionales sino internacionales, ante la frialdad del gobierno estatal ante las quejas.
En este escenario se localiza la resurrección del ex gobernador Herrera Beltrán como operador político del PRI y del gobernador Duarte para operar la sucesión estatal, además con la urgencia de saber si finalmente cuaja o no la propuesta de una minigubernatura de dos años para empatar la elección con las presidenciales sexenales.
Lo malo para Veracruz es que Herrera Beltrán no tuvo tiempo para limpiar su biografía política, estuvo cinco años exiliado políticamente y las prácticas políticas hoy son más abiertas. Lo primero que ofrece Veracruz es una “caballada flaca” -Rubén Figueroa dixit– dentro del PRI, con el reforzamiento de la dinastía Yunes con apoyos de algunos sectores priistas y el papel del jefe de los Yunes como número uno de Madero en la próxima bancada de la Cámara de Diputados.