BERLÍN. El novelista estadounidense John Irving convirtió hoy el sello de “escritor incómodo” en un tributo póstumo a su colega alemán Günter Grass, en un acto en memoria del Premio Nobel de Literatura y Príncipe de Asturias en 1999, fallecido el pasado 13 de abril.
“A veces me reprochaba no estar tan enfadado como él consideraba que se requería en nuestro oficio”, recordó Irving, principal orador en la sesión celebrada del teatro de Lübeck, la ciudad de adopción de Grass donde ÉSTE murió hace casi un mes, a los 87 años.
El autor estadounidense recorrió lo que fue el sello de identidad de su referente literario y amigo -la capacidad de denuncia-, en un discurso en inglés salpicado de frases en alemán, plagado de ironía, ternura, anécdotas y alguna estrofa canturreada en su idioma natal.
Aludió a las dificultades que le causó ante una casera austríaca el llevar en el bolsillo un ejemplar de “El tambor de hojalata” -“decía que era poco amistoso”-, como el por qué la más famosa novela de Grass era un especie de multitalento y exponente de su capacidad de sacudir consciencias.
“Va a ser difícil, si no imposible, que aparezca otro autor capaz de escribir los discursos de campaña de Willy Brandt, una novela sobre la Guerra de los 30 Años y un libro donde los orígenes de la patata están en Prusia”, sentenció Irving.
Grass “nos ha dejado”, y con él se llevó “todos los juguetes de este mundo”, dijo el estadounidense, en alusión al personaje del vendedor de tambores y amigo del pequeño Oskar que se negaba a crecer, al que los nazis llevaron al suicidio.
El acto en el teatro de Lübeck se abrió con el grupo de música medieval “Capella de la Torre”, elegido por la viuda de Grass, Ute, atendiendo al gusto del escritor, y se ciñó también al deseo expreso de éste, que no quería ceremonias fúnebres.
El alcalde de la ciudad, Bernd Saxe, lo había recordado en su saludo a los 900 invitados, y el hecho de que el orador fuera Irving dejó claro que no sería un acto solemne, pese a la abultada presencia institucional.
Al teatro había acudido el presidente del país, Joachim Gauck, y otros representantes del ámbito político, en especial del Partido Socialdemócrata (SPD), al que Grass aupó a menudo en sus campañas electorales, por mucho que no siempre congenió con su dirección.
Ahí estuvieron el excanciller Gerhard Schröder, gran amigo suyo a pesar de que representó la línea más centrista del SPD, y también el actual líder del partido, vicecanciller y ministro de Economía de Angela Merkel, Sigmar Gabriel.
Del mundo del cine acudió el actor Mario Adorf, quien leyó párrafos de “El tambor de hojalata”, la novela que plasmó en filme Volker Schlöndorff.
Especialmente emotiva fue la lectura de un poema por la hija de Grass, Helene, en cuyo rostro se reconocían los rasgos del padre y que, en vida de éste, protagonizó con él recitales poéticos.
Fue la despedida que probablemente habría diseñado para sí mismo quien está considerado el más importante escritor en lengua alemana de la posguerra, además de referente político en su país.
“El tambor de hojalata” le catapultó a escala internacional, pero toda su trayectoria fue exponente de su carácter combativo, hasta llegar a sus memorias -“Pelando la cebolla”- y pasando por “Mi siglo”, “Es cuento largo”, “El rodaballo” o “Años de perro”.
En los últimos tiempos su figura estuvo envuelta en ácidas polémicas, tanto por su reconocimiento tardío de que había servido en las tropas hitlerianas de las SS Waffen como por sus críticas a Israel, al que acusó de poner en peligró la paz en el mundo, cuestión considerada un tabú en Alemania.
Lübeck, la ciudad donde eligió vivir para estar cerca de otros dos admirados Nobel -Thomas Mann, de Literatura, en 1929, y el excanciller Brandt, de la Paz, en 1971-, despidió así a su ilustre ciudadano en una ceremonia transmitida en su integridad y en directo por la televisión pública NDR.
Mucho menos concurrido fue su entierro, el 29 de abril, en Behlendorf, pequeña población vecina a Lübeck donde tenía su casa, y que estuvo restringido al más estricto círculo familiar.