En El uranita, el escritor Luis Panini nos presenta un escenario tan detallado que podemos tocarlo, olerlo, sentirlo; en donde se abre una ventana de cuatro días en la vida de El viejo, quien se enfrenta a una cotidianeidad agresiva, sistemática y aislada del mundo, de vínculos emocionales.

 

Sin embargo, los significados abundan, y su afición a los rompecabezas, al arte, y sobre todo a los hombres jóvenes y bellos, pueden arrancarlo de su pesada realidad hacia un instante de éxtasis.

 

El uranista (Tusquets, 2014) es la segunda novela de Luis Panini, después de Esquirlas (27 editores/UANL, 2014).

 

Esta nueva aventura ficcional del regiomontano está consagrada es eso: un viaje que hace un hombre en su ocaso en un fin de semana, tiempo suficiente para llegar al infierno. El viejo misántropo vive en un mundo desencantado, hermético y absurdamente real. En la siguiente entrevista, Luis nos platica sobre su reciente novela.

 

El uranista me conectó con la idea de que construimos e inventamos nuestra realidad a partir de fantasías, reglas, hábitos, etc.; un sistema que nos permite funcionar y escaparnos del caos. Me pareció que El viejo tiene un sistema muy riguroso ¿Es parte de El uranista esta idea? ¿Qué fue lo que te empujó a explorarla?

 

La vida del viejo transcurre entre las fronteras de un sistema perfectamente controlado, incluso cuando se enfrenta ante situaciones, en apariencia, fuera de su control. Desde hace años le tengo desconfianza al concepto de la realidad, sobre todo después de leer gran parte de la obra del filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard. Por “sistema perfectamente controlado” me refiero a una suerte de simulacro. ¿Qué tanto de la vida que vivimos es real? Creo que muy poca. Quizá ese fue el motivo principal que me llevó a confeccionar un mundo como el que presento en la novela. En ella tienen cabida un buen número de guiños al lector para hacerle saber que algo alarmante sucede,algo que no tiene nada que ver con la sexualidad del protagonista, con sus inclinaciones, sino con una realidad estropeada, transgredida y cíclica de la cual es imposible escapar.

 

El viejo tiene un mundo interior muy imaginativo a pesar de su cotidianeidad aparentemente insignificante, y planea situaciones para lograr un resultado minúsculo que lo es todo para él. ¿Cómo fue el proceso en el desarrollo de su mundo y sus acciones que lo construyen?

 

El primer título tentativo de la novela fue Hiperrealismo, en realidad un título bastante desangelado y muy poco atractivo. La idea era trasladar a una obra literaria de ficción esta corriente plástica llamada Hiperrealismo donde el tema y la composición ocupan un plano secundario porque la habilidad para reproducir hasta el más nimio detalle con calidad fotográfica es su verdadero propósito. Así fue cómo surgió la necesidad de describir situaciones y entornos que podrían carecer de importancia, pero que en realidad cuentan con una carga simbólica que funciona a manera de combustible para darle aliento a la narración.

 

La forma en que describes la relación de El viejo con la realidad física es detallada y minuciosa: las consecuencias en su cuerpo ante los obstáculos, y cada paso necesario para llegar a resultados simples. Al leerlo siento que veo su vida con una lupa, (o en close-up) ¿Qué fue necesario en ti para poder llegar a esta cercanía con el personaje?

 

El viejo es un personaje de manufactura contradictoria. Es tan distinto a mí, pero es también tan parecido a mí. Una de las razones por las cuales me interesa tanto la lectura y la escritura es porque puedo permitirle a otra mente ocupar la mía durante largos periodos. La creación de un personaje me obliga a ponerme en sus zapatos, por más incómodos que puedan ser. Y en este caso resultaron bastante incómodos porque tuve que preguntarme en qué me fijaría yo o cómo me comportaría si tuviera esta inclinación sexual tan específica que el protagonista del libro posee. Una situación bastante perturbadora porque te obliga a visitar recovecos de tu naturaleza humana nunca antes explorados. En cuanto a lo que mencionas sobre el close-up, puedo decirte que el cine es una gran influencia en mi escritura. Muchas veces mis narradores pueden ser asimilados como cámaras cinematográficas y no como alguien que simplemente cuenta una historia.

 

 Siento que todos vivimos aislados de algo. El viejo vive en soledad desde muchos sentidos, está aislado de su época, está aislado por sus obsesiones, y de lo que es “normalmente” aceptado en cuanto a sexualidad. ¿Cómo fue tu experiencia el escribir acerca de esta soledad?

 

El viejo es un dinosaurio en vías de extinción, un individuo que nunca pudo adaptarse al ritmo de la vida moderna. Hay ciertos aspectos que comparto con su soledad. He experimentado largos periodos en los cuales me desconecto casi por completo de la vida exterior y social. A veces lo necesitas, sobre todo si deseas comprender un poco más quién eres con el objetivo de justificar y prolongar tu existencia.

 

Los espacios arquitectónicos en la novela son muy vívidos, provocando claramente una sensación urbana y de concreto. Me imagino que tu experiencia como arquitecto influyó a esta narrativa. ¿Hubo en otras áreas de la novela una influencia de la arquitectura?

 

Definitivamente mi formación académica también influye en mi escritura. El espacio donde sucede la historia, para mí, es tan importante como cualquier personaje y tiendo a concederle cierto protagonismo. Nunca me ha interesado la especificidad geográfica en la mayor parte de mis textos, pero puedo decirte que, de alguna manera, la novela transcurre en Brasilia. Tomé varios elementos de esa ciudad para recrearlos en El uranista. Quizá se debe a que Brasilia fue la ciudad sobre la que más estudié durante mis años de posgrado, no porque me pareciera atractiva, sino porque se trata de un experimento fallido que me interesaba investigar.

 

Veo que en algunas de tus obras omites darles nombre a los personajes, como el viejo. Pero también pienso en el padre y el hijo de La carretera, de Cormac McCarthy, y en K., de El castillo, personajes que tienen algo inquietante y fascinante al eludir los límites del nombramiento. ¿Tiene algo de especial ese borramiento en tus novelas?

 

No les otorgo un nombre porque no lo creo necesario. Además, mis textos no cuentan con demasiados personajes, así que no pueden ser confundidos. Ahora escribo una trilogía para la cual necesité nombrar a cada uno debido a la cantidad. Y sí, creo que no identificarlos con un nombre propio les concede cierto halo de misterio. Kafka es un referente muy importante para mí. De hecho, un capítulo de El uranista, aquel en el que el protagonista conversa con un par de detectives, es una especie de homenaje a El proceso. 

 

En nuestro contexto social el tema de la pederastia es delicado y a veces incómodo, sin embargo, me pareció que El uranista da pie a conocer desde un lugar íntimo lo que significa vivir esa experiencia, sin juicio alguno. ¿Desde dónde fue tu acercamiento a este tema?

 

Es un tema poco tratado, no estoy seguro cuál es el motivo. Quizá es porque siempre ha cargado con un estigma anquilosante. Pero tampoco se trata de algo novedoso. Pienso en novelas como Lolita, de Vladimir Nabokov; Muerte en Venecia, de Thomas Mann; What Was She Thinking?, de Zoë Heller;Tampa, de Alissa Nutting; Little Children, de Tom Perrotta. A mí me interesaba humanizar a un individuo que comúnmente es considerado como un “monstruo social”. La pederastia, desde un enfoque literario, es muy explotable, el tema da para mucho y sobre todo en este caso porque deseaba escribir una novela de personaje, en extremo introspectiva. Nunca me interesó emitir un juicio de valor porque ni yo ni nadie más contamos con la autoridad moral para hacerlo, aunque hay quienes aseguran lo contrario. Existe una delgadísima línea entre lo que uno puede pensar y lo que finalmente decide hacer. No podemos condenar a una persona por las cosas que piensa o desea. La perversión es algo tan natural en el ser humano. No es mi propósito condenarla o condonarla. Todos tenemos esqueletos escondidos en el armario.