Lampedusiano: adjetivo que alude a la frase de la novela italiana El Gatopardo (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, 1958), “hace falta que algo cambie para que todo siga igual”, que con el tiempo pasó a representar en política la adaptabilidad (escenificada) de distintos grupos para conservar/aumentar su poder pese a contextos cambiantes.
Un caso paradigmático de este fenómeno se da en el Estado de México, una entidad que lleva más de 85 años bajo gobiernos del PRI o sus antecesores. Los clanes mexiquenses han resistido tiempos volátiles, como la alternancia a nivel federal y la pérdida de alcaldías cruciales, pero han logrado preservar hasta el día de hoy el gobierno estatal.
Esta perpetuidad se explica en parte por la efectiva rotación generacional dentro de las élites priistas. Han aprendido a repartir posiciones entre los garantes de la continuidad. Somos los mismos pero no somos los mismos. Salgo yo pero entra mi heredero. Cambiar algo para que no cambie nada. Ceder cuando signifique distraer a la oposición del premio mayor: el ejecutivo local. Un sistema lampedusiano, pues.
El proceso electoral actual es muestra fiel de esto. Múltiples perfiles (llamémosles herederos) que buscan un cargo público en o por el Estado de México, vienen de estirpes que han conducido el destino de la entidad. Alfredo del Mazo Maza, hijo y nieto de ex gobernadores mexiquenses, busca la diputación federal por el distrito 18. José Ignacio Pichardo Lechuga, hijo del ex gobernador Ignacio Pichardo Pagaza, la busca por el distrito 23. Susana Osorno, hija del actual alcalde de Chalco, Francisco Osorno, quiere llegar a San Lázaro vía el distrito 33 (de ganar, coincidirían ella y su padre en la diputación federal chalquense y en la presidencia municipal, respectivamente).
David López Cárdenas, hijo del ex coordinador de comunicación social del presidente Peña, David López Gutiérrez (próximo legislador federal sinaloense estrechamente ligado al Estado de México desde los 80), va por la alcaldía de Metepec. Ernesto Nemer Monroy, hijo del ex secretario de gobierno mexiquense Ernesto Nemer Álvarez y la alcaldesa con licencia de Metepec, Carolina Monroy del Mazo (candidata, también, a una diputación federal), va para regidor en este mismo municipio. Denisse Ugalde, hija del ex alcalde de Tlalnepantla Arturo Ugalde, busca el mismo puesto que su padre. Ejemplos sobran.
¿Por qué es importante deconstruir un sistema que permite esto? Porque es incompatible con una democracia, no es sostenible en el largo plazo (ya que no es un canal formal de competencia para acceder al poder) y refleja una visión patrimonialista de que bienes, recursos o puestos públicos son suyos y para los suyos.
Las aspiraciones de los herederos son legítimas, como las de cualquiera. El problema no son ellos, sino el modelo que fomenta la supremacía de los clanes mediante factores no meritocráticos, como lo es tener un familiar político. El sistema local no permite competir en equidad, ya no digamos entre partidos, sino dentro de ellos. El nepotismo (tema de fondo de este artículo) empieza cuando se llega al poder mediante plazas vistas como hereditarias, y no mediante mecanismos de contraste, como por ejemplo, elecciones internas.
Priistas y no priistas deben preguntarse lo siguiente: ¿hasta qué punto es legítimo o benéfico que un puñado de clanes influya por tanto tiempo en las decisiones de la entidad más poblada del país? No es un tema de partidos, es de democracia. Por otro lado, uno podría argumentar que la política es eso: mantener el poder, y que este no se pide, se arrebata. Cuestión de enfoques. Mientras tanto, el sistema ya trabaja para renovar el poder sin renovarlo.
Una anécdota final: una persona me preguntó sobre el uso de la palabra “clanes” en este artículo, ya que según él “se escucha rimbombante”. Le leí la definición de la Real Academia Española (grupo predominantemente familiar unido por fuertes vínculos y con tendencia exclusivista). Guardó silencio y cambió de tema.