Al final no va a haber morbo. Al final poca diferencia implicará que el Barcelona gane o deje de hacerlo en la penúltima jornada en el estadio Vicente Calderón. Al final nadie analizará con mirada suspicaz si el Atlético deja de esforzarse y perjudica a su rival citadino, el Real Madrid.
La incapacidad para ganar partidos contra equipos grandes ha sido el talón de Aquiles merengue, virtualmente despedido de la carrera por la liga española. Difícil aspirar a ello cuando en sus duelos contra los equipos mejor clasificados de la tabla fue tan poco certero: uno ganado y uno perdido frente al Barça, dos derrotas con el Atlético, una igualada y una caída con el Valencia, dos fiascos en las salidas al País Vasco (Real Sociedad y Athletic de Bilbao).
Todo club, por grande que sea y por dispar que resulte la competitividad en una liga (que en el caso español, lo es mucho), suele regar puntos por el camino. Lo sintomático con el Madrid fue que casi siempre se mostró ineficiente al ser realmente exigido, que su planteamiento y sus recursos probaron no bastar cuando el rival era de medio peso para arriba, siendo la única excepción el Sevilla, al que sometió en las dos confrontaciones ligueras.
Así, un conjunto que llegó a imponer récord histórico de victorias en Europa hacia fines de 2014 (veintidós consecutivas en partidos oficiales), se acerca al cierre de temporada aferrado a una escasa posibilidad de título, que es la Champions League, en la que se encuentra obligado a remontar en Semifinales. Ni Copa del Rey (ahí también su verdugo fue el Atlético), ni liga: la Champions como último recurso para juzgar el éxito o fracaso de la campaña, para extraer conclusiones y apostar por continuismo o renovación.
¿Por qué no pudo el Madrid frente a los mejores exponentes del torneo español? Las lesiones fueron un factor relevante, encabezadas por los dos períodos de baja de Luka Modric o las ausencias cíclicas de James Rodríguez, Sergio Ramos y Gareth Bale. Sin embargo, no pudo, sobre todo, por la descompensación de su plantel, por la desconfianza del director técnico en sus suplentes, por las limitadas rotaciones y dosificaciones de minutos.
Poco a poco se le fueron oxidando las armas a Carlo Ancelotti, a lo que se añadió que increíblemente no tuviera un medio de contención que sustituyera con garantías a alguien que juega ahí pero de origen no lo es; ni Asier Illaramendi que jamás se ha asentado en el cuadro blanco, ni Semi Khedira que está por irse, ni Lucas Silva que recién llegó, pudieron llenar con relativa sensatez el vacío dejado por Modric, lo que terminó con un central (Sergio Ramos) en esa medular demarcación: tantísimo dinero después, los blancos jugaron con parches e improvisaciones.
Más allá de la conquista de la Champions anterior o de lo que pase en la actual, el Madrid habría de admitir que no logra estar a la altura de su hegemónica historia. Apenas una liga en siete años (la 2011-2012, al segundo intento de José Mourinho), parece poquísimo para una institución que ve al Barcelona acercarse paulatinamente a su palmarés.
Ya puede el Barça ir con calma al estadio Calderón, en donde tiene colchón hasta para darse el lujo de perder. Ya puede el Atlético hacer su mejor partido sin temores de que eso se traduzca en la remontada de su mayor enemigo deportivo. Ya pueden los morbosos buscar en otro lado.
Esta edición de la liga española no se definirá en la sede colchonera, porque el Madrid no ha sabido llegar vivo hasta esa instancia, porque ha tropezado (como en siete de diez precedentes frente a exigencias serias en la campaña) con la última piedra grande en su camino, que fue el Valencia.