Rumbo al final de su gestión basada en la esperanza, el presidente Barack Obama ha comenzado a cosechar desesperanza y descrédito: ayer circuló el texto del periodista Seymour M. Hersh que documenta la versión de que Osama bin Laden no estaba escondido en Pakistán sino detenido por el servicio de inteligencia pakistaní. Por tanto, no fue detectado por la CIA sino que EU pagó por una delación.

 

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Hersh no es un periodista cualquiera: reveló en 1968 la matanza de civiles en My Lai, en los setenta sacó los trapos sucios de la CIA destapando los expedientes criminales de la agencia y provocó la caída del legendario agente James Jesus Angleton, aportó algunas revelaciones sobre Watergate y descubrió fotos de torturas de prisioneros musulmanes en la cárcel de Abu Ghraib.

 

El texto de Hersh sobre la verdadera muerte de Bin Laden se publicó en la revista London Review of Books, volumen 37 No. 10, 21 de mayo de 2015 (se puede leer en inglés aquí) y sus datos han afectado la credibilidad del presidente Obama, quien inclusive hizo su campaña a la reelección en 2012 con el slogan de “el hombre que mató a Bin Laden”.

 

La propaganda estadunidense hizo énfasis en la utilización de un grupo especial y se han hecho varias películas para resaltar que la pista central fue lograda por una mujer oficial de inteligencia de la CIA. Pero las primeras sospechas sobre la falsedad del reporte oficial comenzaron cuando varios oficiales de fuerzas especiales se quejaron de abandono por parte del gobierno.

 

Los datos de Hersh señalan que Osama bin Laden no estaba escondido en Pakistán sino que era prisionero de los servicios de inteligencia de Pakistán (el corrupto ISI) y que un ex oficial de inteligencia pakistaní le vendió la información a los servicios estadunidenses por 25 millones de dólares.

 

La historia real parece salida de juna película inglesa de espionaje: los agentes pakistaníes arrestaron a Bin Laden y lo escondieron para sacarle información contra los talibanes y para algunas operaciones poco conocidas que le dieron ventaja a la policía de cara a los terroristas talibanes.

 

Cuando los servicios de inteligencia de EU compraron la información, todo fue cuestión de armar una operación de asesinato pero disfrazada de un montaje al estilo Hollywood: la realidad fue que Washington efectivamente envió a un comando especial a asesinar al jefe de jefes de Al Qaeda pero nada que ver con la versión aprobada por la CIA de la directora de cine Kathryn Bigelow para la película Zero dark thirty.

 

El comando estadunidense no llegó a la zona donde se dijo que se escondía Bin Laden en Pakistán sino que se dirigió a la prisión de alta seguridad del servicio de Pakistán y no hicieron ningún disparo porque, dice el reporte de Hersh, los agentes pakistaníes salieron huyendo ante la llegada de los marines. En este sentido, la muerte de Bin Laden fue un ajusticiamiento sin tiroteo. Y además, Hersh reveló que el cadáver de Bin Laden no fue echado al mar sino que fue cortado en pedazos y dispersado en las montañas para evitar la creación de un altar terrorista.

 

La versión de Hersh, contada por fuentes de alto nivel de los servicios de inteligencia de EU, fue corroborada por fuentes de operaciones especiales estadunidenses. En contraste está la foto -que ahora se sabe que fue otro montaje– en una sala de la Casa Blanca donde Obama y su secretaria de Estado Hillary Clinton -precandidata demócrata a la presidencia- hacen aspavientos justo a la hora de los disparos.

 

Ahora hay en choque dos credibilidades: la de un presidente estadunidense muy dado al reflector y la de un periodista que ha pasado su vida revelando el lado oscuro de las guerras de espionaje de Washington.