A los dos les apasiona la estética hogareña. Ella fue vicepresidenta hasta la semana pasada y a él, presidente de Guatemala, 60 mil chapines le pidieron su renuncia el sábado durante una manifestación sin precedente alguno en la plaza central de la capital.
Ella, Roxana Baldetti, compró una hacienda al empresario farmacéutico Fernando Jarquín llamada La Montagna; tiene tres establos, uno para ganado, otro para caballos y otro para ponis. Jarquín es contratista del gobierno de Otto Pérez Molina, ha recibido varios contratos de productos médicos y, eso sí, el entonces candidato del Partido Patriota (PP) y hoy presidente, recibió financiamiento del empresario para el buen término de su campaña.
Él, Otto Pérez, mandó construir una finca de gran extensión en Zaragoza, Chimaltenango. Invirtió dos millones de dólares. Se trata de una cabaña de dos plantas, techo de dos aguas y una pista de adiestramiento de caballos. Pero al parecer, la mansión preferida de Pérez Molina se encuentra en playas de Monterrico, a orillas del océano Pacífico. En ella, el presidente mandó construir varios jacuzzis, plantar un conjunto de palmeras y más de una alberca. El presidente deja en un segundo nivel de preferencia su casa de descanso en Izabal, región limítrofe con Petén, Belice y el mar Caribe.
Baldetti tiene un amplio portafolio de propiedades. Destacan una casa de descanso en Marina del Sur, que de acuerdo con la página web www.marinasur.com se encuentra en el “lugar más seguro y exclusivo de Guatemala”, ubicada “frente a la playa más limpia de Centroamérica”, otra en Puerto San José, Escuintla, y por lo menos dos más en territorio internacional: Nueva York e Italia.
La inversión inmobiliaria también se correlaciona con el gusto por el placer. Baldetti y Pérez Molina tienen derecho de canalizar su dinero a través de sus gustos y preferencias. Ellos también decidieron desviar su relación laboral hacia terrenos íntimos. Y es público. Lo que no pudieron evitar son las revelaciones de una investigación financiada por Naciones Unidas.
En efecto, el problema para Pérez Molina y Baldetti no son sus gustos por acumular residencias, sí los son las fuentes de financiamiento para adquirirlas.
El 16 de marzo, el Ministerio Público y la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala denunciaron la trama de corrupción conocida como La Línea en las fronteras del país. Baldetti articuló una red en el servicio de Aduanas junto con el SAT guatemalteco para apropiarse de dinero. Por cada tráiler o furgón que ingresaba a Guatemala, sólo 40% era registrado en el SAT. El resto la señora vicepresidenta lo repartía a mitades: una porción para sobornar a funcionarios de aduanas y la otra para ella junto a varios miembros de su equipo.
La investigación de la fiscalía y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (financiada por Naciones Unidas) tardó ocho meses: recopiló 66 mil grabaciones telefónicas y seis mil correos electrónicos.
Entre los resultados obtenidos destaca el hecho de que Baldetti delegara la jefatura de la mafia a su secretario particular, Juan Carlos Monzón, un personaje con antecedentes criminales.
El 17 de abril y desde Corea del Sur, la todavía vicepresidenta anunciaba la destitución de Monzón. Tres semanas después le tocaba al presidente anunciar la renuncia de Baldetti. Sin embargo, sus palabras fueron grotescamente protectoras. Como si se tratara de una heroína, Pérez Molina le reconoció y agradeció su esfuerzo en sus actividades. Su retórica de “aquí no pasa nada” minimiza la investigación financiada por Naciones Unidas.
No hay de otra, hay que convertir las casas del presidente en dinero para comprobar las huellas de Baldetti.