El eje toral de la política exterior mexicana pasa por la diversificación de las relaciones. Fueron décadas en las que México decidió invertir todo su capital político a Estados Unidos pensando que el planeta se reducía a un solo país. Así nos fue. La premisa básica contra el riesgo financiero es la diversificación. Desde la educación primaria conocemos que no hay peor error que poner todos los huevos en una sola canasta. Pero al parecer, la miopía del periodismo no logra elaborar analogías sencillas en otros campos pensando que el copyright pertenece a las finanzas.
Carlos Puig, en Milenio (26 de mayo), intentó desbordar ironía al caricaturizar los viajes del secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade, al escribir: “Cerremos la Embajada en Washington (…) total. Nuestro canciller sigue viajando y reuniéndose con los representantes de Líbano o Finlandia, Corea, Suiza o Australia (…) Será por eso que no ha habido tiempo para pensar en un embajador en Estados Unidos”. De manera honesta, hay que subrayarlo, Puig concluye su texto exhibiendo su escaso conocimiento de política exterior: “No tengo claro cuáles serán los resultados concretos que esta nueva doctrina mexicana que iguala viajar a hacer política exterior”.
Como suele pasar entre los todólogos, los juicios dejan a su paso a las sombras porque la sapiencia no puede cubrir todos los espacios.
Pongo dos ejemplos. Herminio Blanco perdió las elecciones frente al brasileño Roberto Azevêdo, justo al inicio del presente sexenio por una simple razón: África. El número de legaciones mexicanas en el continente africano no representa ni el 5% de las representaciones brasileñas. Brasil cabildeó a los africanos lo que se tradujo en votos a favor de Azevêdo. México se quedó mirando la victoria del brasileño. Pero eso sí, de nada sirvió que “el 81% de nuestras exportaciones no petroleras son a Estados Unidos”.
Un segundo ejemplo es el programa de becas universitarias Erasmus. Para mí, el eje toral de la Unión Europea en materia de política transcultural. Los bisabuelos y abuelos franceses y alemanes (por sólo acotar a dos a los 27 países que conforman la Unión Europea) de la actual generación hubieran tenido una visión radicalmente opuesta a la que tuvieron durante la Segunda Guerra y durante el resto del siglo XX. En efecto, el modelo de integración de la Unión Europea fue el más exitoso durante el pasado siglo. A través de Erasmus, los universitarios franceses viajan a Berlín para cursar parte de sus licenciaturas, y en muchas ocasiones, se quedan a trabajar o a formar una familia. ¿Pensar en un conflicto bélico entre ambos países durante las primeras décadas del siglo XXI? Imposible.
México se beneficiará del Erasmus que la Unión Europea extiende a nuestra región, gracias a esos interminables viajes de Meade que no gustan a Puig. Total. “En el primer trimestre nuestras exportaciones a Estados Unidos crecieron 7%”. ¿Seguimos mirando a Estados Unidos como tropicales etnocéntricos?
Es probable que para Puig, como le sucede a un elevado porcentaje de la sociedad etnocéntrica mexicana, piense que hacer diplomacia equivale a escribir un par de mensajes en WhatsApp, por ejemplo, al canciller turco para pedirle que participe en el grupo MIST (México, Indonesia, Corea del Sur y Turquía). Así de fácil, así de rápido.
Repito las palabras de Puig: “No tengo claro cuáles serán los resultados concretos que esta nueva doctrina mexicana que iguala viajar a hacer política exterior”.
Los resultados son claros. Diversificar las relaciones con el exterior es la puerta de entrada para diversificar el comercio, pero sobre todo, colabora para derrotar ese cáncer llamado etnocentrismo.