En 2012, el movimiento #YoSoy132 pidió a la Secretaría de Gobernación y al hoy extinto IFE transmitir el segundo debate presidencial por cadena nacional. A pesar de que el consejo general de aquella institución electoral rechazó la petición, la presión social acumulada y la coyuntura política orillaron a Televisa y TV Azteca a transmitir el debate por sus respectivos canales nacionales, el 2 y el 13. El resultado fue el debate presidencial con más audiencia en la historia de México. Ese día, la joven democracia mexicana anotó un gran tanto.

 

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Los canales de difusión son los que determinan si un debate entre candidatos es un ejercicio útil para los votantes o si sólo es un grupo de gesticuladores dando discursos a una audiencia simbólica. Pongámosle algo de filosofía: si un debate se lleva a cabo pero nadie lo ve, ¿existió ese debate? El punto es ese. Los debates son para transmitir forma y fondo al mayor número posible de votantes, así como para foguear a los candidatos en el arte de la discusión, la persuasión y la discrepancia. Si no cumplen esto, son ejercicios fútiles. La audiencia hace al debate.

 

La semana pasada, se realizó un debate oficial entre los candidatos a la alcaldía de Toluca, la capital de la entidad más poblada del país. Lo organizó el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM) y contó con la presencia de seis de los ocho contendientes (sólo una mujer). Se ausentaron los aspirantes de la coalición parcial PRI-PVEM-NA, Fernando Zamora (no respondió a la convocatoria), y de Encuentro Social, Isaac Díaz, quien no entregó la documentación a tiempo y no pudo participar (aun así irrumpió en el debate exigiendo su inclusión).

 

Este ejercicio mostró creencias, carencias y propuestas de los candidatos que sí participaron; fue una discusión promedio pero sin duda informativa para quien la vio o escuchó. El problema fueron los pobres canales de difusión: se transmitió únicamente en la estación de radio de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), en la página de internet de la misma, y en el sitio web del IEEM.

 

Si bien cualquier esfuerzo por promover la deliberación pública debería ser bienvenido, el debate de Toluca dejó entrever un problema central: con el modelo de difusión que utiliza el IEEM actualmente, no existe un costo político real por no debatir o por hacerlo de manera deficiente. Es por esto que un candidato puntero puede darse el lujo de estar ausente; sabe que el debate en sí mismo no tiene impacto real en el electorado. En cambio, garantizar mayores índices de audiencia presionaría a los candidatos para debatir mejor, o por lo menos para pensarlo dos veces antes de no dar la cara a los votantes.

 

Si sabemos que estos ejercicios, de entrada, no atraen mucha audiencia, por lo menos démosles más y mejores canales de divulgación para que sea el ciudadano quien decida verlo o no. Según el INEGI, en el Estado de México, menos de 40 % de los hogares tiene acceso a internet (a 2014); esto debería haber sido razón suficiente para difundirlo también por televisión abierta, y no sólo por radio e internet. El debate, por ejemplo, pudo haberse transmitido por el Sistema de Radio y Televisión Mexiquense (Organismo Público Descentralizado del gobierno estatal). Este canal ya ha transmitido debates, como los dos que el hoy gobernador Eruviel Ávila sostuvo con Alejandro Encinas y Luis Felipe Bravo Mena en 2011. Además, esto habría sido congruente con la misión que Radio y Televisión Mexiquense dice tener: “comunicarnos para crecer, para fomentar la participación democrática y fortalecer la identidad mexiquense”.

 

Tomarnos en serio la democracia pasa por ensanchar la difusión de sus mejores prácticas. Por ser el gobierno más cercano a la cotidianidad del ciudadano, los debates municipales deben salir de la oscuridad mediante un modelo que permita su inclusión en el medio de comunicación con el que cuentan, según el INEGI, 94.9 % de los hogares mexicanos: la televisión.