Las reacciones en todo el mundo no se ha hecho esperar después de la clase de gol con el que Lionel Messi abrió el marcador ante el Athletic de Bilbao (3-1 al final) en la Final de la Copa de España, y que dejo boquiabiertos no sólo a los defensores que sufrieron el embate en sus caderas, sino a todos los que vieron la jugada.

 

Messi enfiló desde la banda derecha, enfrentando a tres rivales que le copaban. Cortando hacia el centro engañó al primero, al segundo le tiró el dulce y cuando quiso recogerlo, en lugar de darle vuelta a la jugada y buscar desahogar hacia el centro, hizo lo impensable: volvió a encarar a dos, se hizo el autopase por la izquierda y se metió entre el dúo que le acosaba, que ya no podía reaccionar, víctima de la primera ley de Newton, ya se sabe, esa que explica la inercia y que a nosotros nos parece cosa de magia.

 

El tercero se recuperó y corrió tras él, pero era tarde, el argentino ya encaraba al cuarto. Con un amago, dijo adiós mientras hacía la diagonal hacia el centro, ya en el área. El portero no supo si aquí o allá porque Messi pareció atacar al poste lejano y tiró al otro lado, en la esquina abajo. Así nada más.

 

La prensa española se metió otra vez en la comparación con Diego Maradona. Este gol fue, como dijo Luis Enrique “de otra galaxia”, pero no eran los Cuartos de Final de un Mundial ni enfrentaban a una selección como la inglesa, sino al más bien modesto Athletic de Bilbao. A Messi le falta cargar sobre sus espaldas a su equipo y hacerlo campeón mundial. Pero, todavía tiene tiempo.