MADRID. No le dicen “te voy a matar”, pero Lila Downs vive “presión” por recordar con su música a los 43 estudiantes “desaparecidos” en México. “Sufro censura“, asegura la cantante, que dedica en su último disco, Balas y chocolate, una canción a esos muchachos y a todos los “muertitos” que andan “penando”.

 

Hablar en México de los 43 estudiantes es ya tabú. Si lo haces, eres alguien anarquista. Hay un grupo de extremistas, de fanáticos a los que en realidad está pagando el gobierno, que dan el mensaje: ‘no queremos saber de esto‘”, explicó en una entrevista con EFE la artista, nacida en Heroica (Oaxaca), hace “cuarentaytantos”.

 

El disco, octavo de una carrera que comenzó hace 20 años con la lucha por los derechos civiles y contra la violencia como “mantra”, está dedicado a todos los fallecidos en su país “que aún andan penando… porque no descansan en paz” y porque “la violencia, la impunidad y el miedo rigen sus muertes”.

 

¿Quién entiende a la muerte?. La tememos, pero en México le cantamos. Por eso alzamos nuestros altares de difuntos -como el que han montado detrás de ella para la presentación de este disco-, para atenderles y llamarles cada 1 y 2 de noviembre. Se llama a la muerte pero con mucha delicadeza, para que vengan alegres”, asegura mientras entona “Son de difuntos”.

 

Tiene una relación con ella tan especial como todos los mexicanos pero a la terrible experiencia de ver morir a su padre con 16 años, algo que la convirtió “en un zombi sin conciencia”, se unió hace dos la amenaza de perder a su marido, el también músico Paul Cohen, diagnosticado de una “cardiomiopatía dilatada”.

 

“Eso significa que tiene el corazón muy grande. Es que es un hombre muy ‘querendón'”, bromea la artista, una de las máximas exponentes de la música folclórica mexicana, ganadora del Premio Grammy en 2013 por “Pecados y milagros” y candidata a los Óscar por la canción “Burn It Blue”, que interpretó junto a Caetano Veloso en “Frida” (2002).

 

Decidió entonces apretarse “el refajo” y “seguir p’alante”. “Soy cantautora y me toca ahora cantarle a la ‘pelona’ -la muerte-. Nunca la voy a entender pero quizá sí pueda portarme mejor con los seres queridos”, desea.

 

Balas y chocolate son 13 temas muy distintos en los que no se evitan los “temas incómodos”, como la muerte de aquellos chicos el 26 de septiembre del año pasado presuntamente a manos de autoridades corruptas y miembros del crimen organizado en la sureña ciudad de Iguala.

 

“Los mexicanos somos muy aguantadores porque aprendimos que si no teníamos cuidado no íbamos a sobrevivir. Somos muy pacientes pero hubo un ‘hasta acá’ con la muerte de esos muchachos porque las autoridades no tuvieron sensibilidad y eso nos enfureció”, rememora.

 

El país, sostiene, “necesita una buena renovación” y ella contribuye con su música, e invoca “a la conciencia” para que cosas como esa no se repitan.

 

“La autocensura es lo que más daño hace, aunque comprendo que pase. La gente dice ‘no queremos saber de esto, queremos ser positivos. Pero no podemos olvidar. Mi madre me dice ‘ay, Lila, ten cuidado’ pero es lo que debo hacer”, dice convencida.

 

Cree que lo importante es “salir de ese contexto de balas”, de tanta vulnerabilidad como padece esa juventud que aún cree “en un futuro lindo”.

 

Si “la bala” en su vida es su temor a “no saber buscar la solución a la situación de violencia” que se vive en México, su “chocolate” es Benito Dxuladi -Benito por Juárez y Dxuladi porque así se llama el maíz tierno-, es decir, su hijo de 5 años.

 

En el disco, en el que también habla de “los periodistas en la línea de fuego”, de “los desaparecidos” o de “los normalistas que se manifiestan”, ese dulce significa, además de “lo sagrado” para los mexicanos, “la conciencia del exceso”, algo “tanto positivo como negativo”.  DM

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