RÍO DE JANEIRO. Escuadrones de obreros brasileños faenan presurosos en obras ligadas a los Juegos Olímpicos del año próximo en el barrio carioca de Gamboa, muy cerca del sitio donde fueron enterrados más de 50 mil esclavos hace más de dos siglos.
Las cuadrillas laboran para imprimir un nuevo aspecto a la calle Pedro Ernesto, cercano al lugar que en los siglos XVIII y XIX fue utilizado como cementerio para enterrar a más de 50 mil esclavos.
“Hemos identificado la existencia de un cementerio entre los números 36 y 40 de la calle, que en el pasado se llamaba ´camino del cementerio´ y era gestionado por la Iglesia Católica”, narra Ana María de la Merced Guimaraes.
De la Merced Guimaraes detectó el sitio en forma accidental en 1996. Recuerda en una charla con Notimex que ese año se dio cuenta de que bajo los cimientos de la casa que compró seis años antes yacía una prueba del duro pasado esclavista de Brasil.
“Los albañiles que trabajaban en las reformas encontraron huesos humanos, incluso de niños”, aseguró.
Inicialmente, contó, “pensé que quizá se trataba de una tragedia ocurrida durante la época de los antiguos dueños, pero luego nos dimos cuenta de que se trataba de un cementerio”.
Lo que en realidad descubrió De la Merced Guimaraes, de 57 años, y su esposo, fue un cementerio de esclavos: un lugar donde entre 1770 y 1834 fueron enterrados decenas de miles de esclavos secuestrados y transportados forzosamente desde África a Brasil.
Los esclavos africanos murieron, debido a las duras condiciones del viaje.
Todos los que morían eran enterrados en el completo anonimato, sin tumbas, en fosas comunes de poco menos de dos metros de profundidad donde los cuerpos se amontonaban y se mezclaban con los excrementos y la sangre.
Sobre ese terreno –de entre 600 y mil metros cuadrados- se levantan hoy varias casas, algunas viviendas y una imprenta, así como la sede del Instituto de Investigación y Memoria Negros Nuevos (IPN, en sus siglas en portugués), fundado por Guimaraes y su familia en 2005.
Abierto al público, el espacio ofrece al visitante un recorrido por el pasado esclavista de Brasil entre 1550 y 1888.
En ese periodo más de cuatro millones de personas –un tercio de los 12 millones de esclavos comerciados- llegaron al litoral brasileño, según un estudio reciente coordinado por la Universidad de Emory, en Atlanta (Estados Unidos).
Se muestran gráficos sobre las rutas de esclavos y se evocan las raíces africanas de Brasil, país con la segunda mayor población negra del mundo, después de Nigeria.
Y también se pueden apreciar los restos mortales de algunas de las personas sepultadas allí.
“Cuando descubrimos este lugar nos vimos obligados a que nuestra vida cambiara. Tuvimos que crear este sitio para mantener la memoria, casi sin ayuda del Gobierno brasileño, a quien creo no le interesa la historia de los negros”, critica De la Merced Guimaraes.
“Financieramente recibimos muy poca ayuda, apenas unos 20 mil dólares al año que no son suficientes para pagar a especialistas que se encarguen de mantener este sitio vivo”, añade.
“Yo me niego a cobrar entrada, porque no se puede cobrar por permitir que la gente sea testigo de un crimen contra la humanidad”, dice, mientras dos grupos de estudiantes recorren silenciosos el lugar.
Desde su creación, decenas de investigadores han pasado por el IPN, pues el cementerio de esclavos está considerado uno de los pocos descubiertos y conservados en América del Sur.
“Este es un lugar muy importante”, explica en francés Alisio, un investigador nacido en Togo que lleva algunas semanas en el Instituto estudiando la herencia africana de aspectos culturales brasileños como la práctica del candomblé.
obo