Efectivamente, “la democracia ha cambiado el rostro político de México en los últimos 25 años”, Lencho, el presidente del INE dixit. Cambiaron las reglas del juego democrático y se creó un sistema de partidos; los actores y las estrategias de campaña también cambiaron, al igual que el contexto político, económico y social, agregó.

 

Pero nunca en esos 25 años, la sociedad había presenciado unas elecciones intermedias marcadas por la violencia, por la presencia de la delincuencia organizada, por la guerrilla disfrazada de maestros que se oponen a la fallida reforma educativa. Nunca los integrantes de los partidos políticos habían agredido al árbitro electoral y a sus abanderados, quienes no tuvieron el valor de sacarles una tarjeta roja. Nunca antes del día de la elección la credibilidad y la confianza del órgano electoral había estado por los suelos.

 

Lo que no ha cambiado en un cuarto de siglo son las prácticas corruptas de los partidos y su candidatos, no obstante las nuevas reglas de la reforma política. Los topes de gastos de campañas de los candidatos, por ejemplo, fueron una burla; la compra de votos y las marrullerías no sólo no cambiaron sino que se perfeccionaron. Bueno, el referido modelo tiene 37 días para informar quienes violaron las disposiciones, por lo que no hay que prejuzgarlo, dicen los defensores de Lencho y sus consejeritos.

 

A la sociedad le importa poco que en la jornada electoral de ayer domingo se haya contado con el Padrón Electoral y la Lista Nominal más confiables (más de 83.5 millones de ciudadanos, registrados con precisión, y ubicados geoelectoralmente conforme a su domicilio). Tampoco le importa el desafío técnico y organizativo de la autoridad electoral: que si la de ayer fue la primera elección del INE, que si se cumplió con más de 100 atribuciones de las que tenía el IFE en 1991; que si la lista nominal es 128% más grande, y con 70% más de casillas que las utilizadas en aquel año, que si…

 

¡Pamplinas!, expresa la sociedad indignada, que observa con preocupación el derroche económico del organismo electoral, de los partidos y de los candidatos sin beneficios palpables para la democracia.

 

En síntesis, lo que diga el presidente del INE es pura demagogia.

 

Ante este panorama, algunos analistas bisoños apostaban antes del domingo electoral que pasado el evento Lencho Córdova iba a renunciar por la ineptitud. Pero los observadores políticos opinaban que se iba a aferrar al hueso. Y explicaban:

 

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En primer lugar, porque sería absurdo que el consejero presidente del INE decidiera irse en el momento en que dé comienzo el proceso poselectoral, que será, sin duda, complicado y ferozmente peleado por los 10 partidos nacionales con registro ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación -o como se llame-, que es la instancia superior para pronunciar la última palabra en los diferendos partidarios.

 

En segundo término, Lencho no se irá -al menos no pronto- porque ya libró, a tropezones, el vergonzoso episodio del “gran jefe de la nación chichimeca”.

 

Finalmente, es dudoso que el resultado de las elecciones del domingo 7 de junio afecte la permanencia en sus cargos del consejero presidente del INE y de sus contlapaches, porque -resulte lo que resulte- ese grupito de ineptos tuvo el cuidado de blindar su actuación.

 

Si las elecciones transcurren normalmente, será mérito de los funcionarios del INE; si por el contrario, el proceso se descompone en medio de la violencia desatada por las guerrillas con antifaz de maestros, entonces Lencho y su coro de consejeros -fieles a él hasta la ignominia- exclamarán: “¡Lo dijimos, lo dijimos, las elecciones necesitaban transcurrir en un ambiente de seguridad garantizado por el Estado, así que el INE no es responsable de que el proceso se haya convertido en un desmadre!”

 

Mientras tanto, antes del cierre de esta columna, el jefe de la tribu “Ineteca” y sus paleros anunciaban urbi et orbi: “haiga sido como haiga sido, hubo elecciones”.