Resulta muy fácil y cómodo para los dizque analistas expertos cobijarse en el alud de datos que está arrojando, minuto a minuto, el Instituto Nacional Electoral, y a partir de esa información proclamar ganadores y perdedores en la elección intermedia del domingo 7 de junio.
Lo difícil e incómodo hubiera sido que, antes de los comicios, se arriesgaran con la publicación de escenarios prospectivos -como en su momento lo hizo la Agenda Confidencial- para ser útiles a la sociedad.
¿Quién ganó y quién perdió?, se preguntan ahora, a toro pasado, esos profesionales del comentario a destiempo, que no tienen más trabajo que revisar las cifras del inefable INE, y transcribirlas.
Dijimos aquí desde hace tiempo -cuando nadie daba cinco centavos por la participación electoral del Movimiento de Regeneración Nacional, Morena-, que Andrés Manuel López Obrador estaba en camino de colocar a su partido en el tercer lugar de las preferencias ciudadanas.
Dijimos también -cuando la hegemónica nomenclatura de su partido intentaba cerrarle las puertas de la presidencia nacional del PRI-, que una buena parte del destino político de Manlio Fabio Beltrones Rivera pasaría por la aduana de la elección para gobernar Sonora, su estado natal, y que la candidata a la que apoyó ganaría la gubernatura y con ello derribaría el último obstáculo para que el actual coordinador de la diputación priista cumpliera su objetivo de encabezar a sus correligionarios rumbo a la sucesión presidencial 2018.
Dijimos de manera reiterada que las casas de apuestas, disfrazadas de casas de encuestas, repetirían el impresentable sainete del fracaso de sus sondeos de opinión, tal como lo hicieron en la elección presidencial de 2012, y no desmintieron nuestro pronóstico.
Dijimos que el fracturado Partido de la Revolución Democrática se encaminaba directo al desastre electoral, y nos quedamos cortos porque los números disponibles hasta este momento apuntan a algo peor que el desastre, apuntan a la lenta pero segura extinción de ese partido.
Dijimos que el presidente Enrique Peña Nieto y el PRI tendrían que acostumbrarse a gobernar sin mayorías propias en la Cámara de Diputados, y que su única posibilidad de evitar la ingobernabilidad era -ya es, según cifras del INE- tejer fino para concretar acuerdos con fuerzas políticas minoritarias, que podrían poner a disposición del partido en el poder federal el número de legisladores que se requieren para formar una mayoría simple.
El gobierno federal y el partido en el poder ganaron varias cosas importantes en la jornada el domingo: Elecciones en paz; cinco gubernaturas (Campeche, Colima, Guerrero, San Luis Potosí y Sonora, aunque perdieron la joya de la corona, Nuevo León) y la posible mayoría en el Congreso, con sus aliados claro. En el Estado de México ganaron la mayoría en el Congreso, y también en alcaldías, aunque se perdieron algunas importantes como Naucalpan, Atizapán y Huixquilucan. Paradójicamente en Oaxaca obtuvieron triunfos valiosos.
Por otro lado, hay que reconocer la importante operación política que realizaron los operadores del gobierno federal para que las elecciones se desarrollaran en santa paz. El presidente Enrique Peña Nieto fue enfático al señalar en su mensaje a la nación el domingo pasado: “Hubo quienes intentaron afectar estas elecciones; en los días previos incluso realizaron actos violentos buscando desanimar a la población. Sin embargo, por encima de ello, millones de mexicanos acudimos a votar convencidos de que la democracia es el mejor camino para México. El mandato que hoy nos han dado los mexicanos a todas las autoridades es rechazar la violencia y la intolerancia, es trabajar unidos para tener un México próspero y en paz”.
Finalmente, como en todas las elecciones, existieron importantes daños colaterales para los partidos políticos participantes; y en la del pasado domingo no fue la excepción: algunos perdieron su registro y varios perdieron otras cositas.