Se fue el último de los de su tipo. Elegante, siempre con ese aire aristócrata que imprimió a sus personajes más famosos (desde Drácula hasta Scaramanga, pasando por Dooku o Sherlock Holmes), Christopher Lee se convirtió en una leyenda no sólo de Hollywood, sino del cine en general, gracias a una presencia con autoridad que hizo de su trabajo un deleite para el cinéfilo de corazón.
Pero Lee era mucho más que el “viejito” actor que las nuevas generaciones conocen por franquicias multimillonarias como El Señor de los Anillos o las malogradas precuelas de Star Wars. Para cualquier estudioso y amante del cine, Lee forma parte de la historia misma de la cinematografía, misma que tuvo que forjarse no como las “celebridades” actuales, que suben un video o una foto a redes sociales y se pueden convertir en figuras de la noche a la mañana.
Si bien Lee creció como aristócrata, cuando tenía 17 años su padrastro quedó en bancarrota, obligando al joven prospecto de actor a trabajar como mensajero, pegando estampillas de correo y haciendo té, todo por una libra a la semana. En otras palabras, la fama se la forjó con su trabajo y talento.
A Lee se le reconoce como una de las grandes leyendas del cine de terror, en particular gracias a esas joyas (algunas estupendas, otras bastante deficientes, pero que se han vuelto de culto) que hizo para Hammer Films, pero no habrán sido más allá de 20 cintas en ese género (de más de 280 que hizo en su carrera) las que realizó, razón por la que solía sentirse encasillado, particularmente como el Conde Drácula.
Lo que es un hecho es que con su muerte el cine pierde al villano por antonomasia. Con pocas excepciones, Lee siempre interpretó a personajes oscuros, mentalmente cuestionables e increíblemente inteligentes. Fue, entre otros, Fu Manchú, el villano chino que odia a occidente; Franciso Saramanga, uno de los mejores villanos que ha enfrentado James Bond (cuyo creador, Ian Fleming, era su primo político); Lord Summerisle, el psicótico líder de una secta que practica sacrificios humanos en The Wicker Man; Rochefort, el villano de un ojo en Los Tres Mosqueteros; el oscuro Sith Darth Tyranus/Conde Dooku en Star Wars y el también amenazador Saruman en el mundo de J.R.R. Tolkien. Una carrera que va más allá de simplemente ser recordado por haber dado vida a Drácula, la criatura de Frankenstein o la Momia.
Su vida fuera de la pantalla era, por demás, fascinante, gracias a una cultura fuera de lo común que casi nadie conoce: hablaba italiano, francés, español, alemán, ruso, sueco, danés, griego y hasta mandarín; tenía cerca de 12 mil libros acerca de lo oculto, pues le gustaba estudiar esa parte de la naturaleza humana; era un experto espadachín y golfista, tanto que llegó a jugar con leyendas como Jack Nicklaus; era miembro de tres asociaciones de dobles de acción, pues él mismo solía realizar la mayoría de sus escenas de peligro… y era un sólido cantante, tanto de ópera como de heavy metal (sí, leyeron bien).
Pocos lo saben, pero Lee lanzó cuatro álbumes (Christopher Lee Sings Devils, Rogues & Other Villains, 1998; Revelation, 2006; Charlemagne: By the Sword and the Cross, 2010; Charlemagne: The Omens of Death, 2013) y tres EP: A Heavy Metal Christmas (2012), A Heavy Metal Christmas Too (2013) y Metal Knight (2014), colaborando con figuras de la talla de Tony Iommi, de Black Sabbath, y hasta apareció en la portada de Band on the Run, de Paul McCartney.
Con la muerte de Lee se ha ido no sólo un icono del cine, sino una de las pocas personas que merecen los títulos de estrella y leyenda con todas las de la ley. Maestro dentro y fuera de la pantalla, siempre será recordado por su talento y gentileza en todos los aspectos de su vida. Descanse en paz.