Desde la aldea de Nicolás no se debe de observar el mundo por complejos injerencistas. Al hacerlo, un pajarito podría convertir en estatuas de sal a los provocadores.
La soberanía en el siglo XXI se ha convertido en un sucedáneo del hipnotismo. Antes, en el XX, en el cerebro humano ingresaba la industria bélica de la comunicación para programar una especie de fanatismo por las banderas.
Nicolás Maduro se encuentra en medio de un puente; transita del XXI al XX azuzando a sus gobernados a través del hashtag #Felipefuera. El problema para Maduro es que algunos gajos del mundo se encuentran incorporados a modelos de integración contra soberanos, lo que dificulta su interactuar con algunos mandatarios.
Él le llama injerencista al ex presidente español Felipe González por hacer uso de una figura constitucional que permite el asesoramiento a presos, en este caso a presos políticos, como lo son Leopoldo López y Daniel Ceballos, entre muchos otros. A González le cerró el paso en la prisión militar de Ramo Verde, en Caracas, en donde López dedica su tiempo a dibujar para cubrir el ornamento carcelario en una sala más atractiva para sus hijos que lo visitan de vez en cuando.
Lo que tal vez no alcance a distinguir Maduro es la red que lo está rodeando lentamente. Pronto quedará atrapado en ella. Los ingredientes tácticos son: el video de Leopoldo López en el que avisa el inicio de una huelga de hambre (hace 18 días), así como el efecto mimético en varios aliados de López, incluidos Martin Paz y José Vicente García. Ambos viajaron al Vaticano el pasado fin de semana para torpedear la visita de Maduro durante la recepción que le daría el Papa. Una otitis aguda y un fuerte resfriado le impidieron viajar a Maduro. Eso dijo él.
La realidad es que Maduro trató de sortear un jalón de orejas de Francisco.
El Papa no es una ONG pero tiene mayor dinamismo que la ONU; no forma parte del G7 pero actúa como el número uno. Si Juan Pablo II dejó su impronta en el entorno político polaco, el jesuita Francisco desea hacerlo en América Latina. Ya lo demostró al mediar entre Washington y La Habana.
Las circunstancias marcan la agenda. Si el Mundial de futbol en Rusia 2018 se ha cruzado en las negociaciones de Estados Unidos, Ucrania, Unión Europea y la propia Rusia, el Papa se asomó al caso Caracas el día en que Maduro se inventó una enfermedad para no verlo. Martín Paz y José Vicente García sí quisieron ver al Papa, y lo hicieron el pasado miércoles. Salieron de la reunión y concluyeron la huelga de hambre. El segundo acto está por comenzar. El secretario de Estado Vaticano, Pietro Parolin (quien fue enviado a Venezuela en 2009 como representante del Vaticano), se pondrá en contacto con el gobierno de Maduro para comunicarle los puntos de vista de Francisco, es decir, le pedirá que libere a los presos políticos. Si Maduro lo hace desactivará el problema, de lo contrario, Francisco aparecerá ante el público para exteriorizar su opinión. Al hacerlo, Maduro tendría que tratarlo como lo hizo con Felipe González. Injerencista.
De esta forma Leopoldo López estará cerrando su estrategia y Maduro acabará enredado en el desprestigio internacional.
Las tácticas para debilitar a Maduro están funcionando: Estados Unidos aporta la información de vínculos del narcotráfico con el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, España aporta el personal de presión (Felipe González y José María Aznar), y finalmente, el Papa quita de la boca de Maduro la retórica injerencista.
Así de permeables son las soberanías del siglo XXI.